martes, 30 de julio de 2013

Pasillos…



La palabra parece tan volátil y frágil como un suspiro lanzado a una corriente de aire, tan simple que desaparece entre todas las descripciones que conforman lo que es la “escuela”.
     ¿Qué haríamos sin estas estructuras arquitectónicas?, no sólo cumplen la función de llevarnos de un lugar a otro, como las arterias, la sangre en el cuerpo. No solo son esos conductos por los cuales transitan los habitantes de los grandes edificios de mi escuela, edificios que se alzan hacia el cielo como imponentes centinelas. Quizá, por la palabra “pasillo”, entendemos “sólo de paso”. Pero no, hay algo más profundo en su significado.
     Esta compleja red geométrica de concreto, acero y azulejos que te pierde la primera vez que rondas en ella pareciera que, al detenerse un momento entre sus envolventes formas y prestándole un poco de atención, puede en uno revivir todo aquello de lo cual ha sido testigo inminente: de esos bohemios amantes que se detienen un momento, poco antes de iniciar su clase, para demostrarse su amor con un fugaz pero cálido beso; de esos trovadores que se dan un momento del día para ejercer su arte y oírlo resonar entre las paredes de los salones, unidos como los acordes de una guitarra, fielmente consecuentes uno de otro; de las lágrimas rodantes en las mejillas de esa chica y ese chico que terminaron lo que hace tiempo iniciaron; de esas pláticas escuchadas desde el principio de su existencia. Estas obras que, a lo largo del tiempo, son esculpidas por nosotros, permanecen fieles, conservadoras e inmutables, cual fuente de sentimientos y recuerdos absorbidos, tal y como la flor blanca cede ante los colorantes del agua que la alimenta y se postra a merced de como éstos la cambian.
      Detenernos a escuchar esas silenciosas voces que nos hablan, mientras rondamos en sus entrañas es tan sencillo como dejar que nos cubran con su velo de experiencias y visiones… Sólo hay que detenernos a oírlas y, así como el dulce sonido de un ruiseñor entre el tumulto de la ciudad, podremos distinguir sus deleitantes voces.
     A veces, más que  frías partes de un complejo, los pasillos son amigos que oyen y nos hablan para detenernos a escucharlos.
                                                                                                                              Artemio Gandez

                                                                                                                              Grupo 510