Habían sido ya 3 años de
vacío, dudas, interrogantes, delirios, agonía y repetitivos días opacos.
Consumían mi vitalidad, me llevaban al desprecio y al infinito asco que sentía
por mi existencia, por mi realidad, la
absurda y gris realidad que día a día salimos a integrar. Vivía con simpleza.
La nostalgia por mi “libertad” y la añoranza del ser alegre y espontáneo que
algún día fui, atormentaban mi espíritu. Creía que nada podría interesarme lo
suficiente, nada inusual podría ocurrirme.
Ahí permanecía
la adecuación perezosa de mi espalda sobre el respaldo de una silla. Las
risitas furtivas, maliciosas y un tanto desafiantes, producían la expresión de
hastío en mi rostro. Las muecas, miradas superficiales con desdén y prejuicios
engreídos incomodaban mi estadía. ¿Quién le prestaba atención al profesor? No
sé, unos cuántos, ¿qué interés hay en ello?
Abandoné la
realidad, ahondé en mis reflexiones, la incertidumbre constante sobre el tiempo
se fijó en mí. Mi visión se tiñó de un blanco grisáceo. Todo en mis costados
titubeaba con una agresiva desesperación. Mis pensamientos superfluos y
divagantes abandonaban mi poca cordura. Vaya, qué gran mentira, ojalá sucediera
en este momento, repetía en mi mente, reprochando la aburrida tarde. Enseguida retumbó
una voz en mis tímpanos, como una bofetada seca que, al mismo tiempo, roza tu
piel con un palpable deseo de auxiliarte. Aturdido, apenas si comprendía las
palabras fuertes, precisas y necesarias de aquel sujeto viril y simpático.
El éxtasis comenzó a fluir por mi sangre.
Poseían mis pensamientos las interrogantes que comenzaba a plantearnos, algunas
de ellas eran las causantes de mi agonía, algunas las repetía a diario y, sin
embargo, me apoyaban para sobrevivir la simpleza. Su gracia parecía no tener
fin. Yo sentía vitalidad y bonanza en
ese momento. Finalmente, una persona con sentido, con lucidez. Palabra tras
palabra mis oídos parecían escuchar incógnitas divinas. ¿Tenemos alma, qué es
el ser, y qué es existir, por qué nos tocó existir aquí, de esta forma que
superficialmente resulta poco compleja, acaso somos parte de un ser superior?
Era lo más fascinante en la vida: nuevas maneras de percibir la realidad. ¿Cómo
saber dónde se encuentran los límites de mi conciencia, cómo se explica mi
cuerpo físico y qué es mi razonamiento, cuántas interpretaciones puede recibir
un fenómeno, cuándo se encontrará una verdad absoluta, la más esencial, qué
define nuestra más sincera conducta?
Sí, todo
pertenecía a la clase de Doctrinas Filosóficas, pero también era él, su esencia
diferente y auténtica, perfecta reflexión era la que creaba con la clase. Era de
una amenidad sorprendente el ambiente desconocido que podía gozar. Por cincuenta
minutos me sentaría a escuchar la voz áspera, sabia y alegre de aquél a quien,
desde ese momento, consideraría un amigo, un maestro no sólo de clase. Desde
entonces lo admiro, lo observo, lo escucho y atiendo para después agradecer su
conocimiento compartido.
Omar Ortiz
Grupo 660