Recuerdo vagamente la infancia… Los días eran largos y felices, los lugares eran inmensos, el mundo era irreconocible.
¡Los juegos! En ellos se podían vivir
los sueños, el tiempo sólo se medía en mañana y noche; los días se dividían en
la escuela, los juegos y la hora de dormir, sin olvidar la ración de discusiones
necesarias para hacer la tarea.
¡Vaya que disfruté la infancia! A
veces cuando el segundo tiempo del día ha invadido la ciudad, y las luces están
extintas, me quedan algunas imágenes de momentos en la vieja casa de mis padres.
¡Qué miedoso era en ese tiempo! ¡Sube
los pies a la cama, que la Bruja, el Demonio o Chucky no te los jale; abraza a tu mamá tan fuerte que casi no
puedas inflar tus pulmones; abre bien los ojos y mira a todas direcciones para
que, ante el mínimo movimiento anormal, grites aterrorizado!
Es de esos días de agosto en que la lluvia cae
a cántaros y la energía eléctrica se ve mermada. Tardarán en componerla, a lo
mejor mañana por la tarde se mejora la situación.
Casi vencido por el sueño tomas la
cobijas, te introduces entre ellas lo más rápido que puedes, dejas que tus ojos
soñadores se asomen para no abandonar la vigilancia. Esta vez la olvidaste: un
bulto se mueve entre las sombras de tu alcoba –aunque estuvieras atento no lo
hubieras notado-, saca algo de su bolsillo o de su cintura, yo tampoco logro
ver bien, se acerca lentamente hacia tu lecho.
La sangre manchó todo a su paso, tu
brazo quiso ayudarte a huir y ahora está fuera de las cobijas acariciando un
charco de sangre en el suelo…
Olga Martínez