sábado, 21 de marzo de 2015

Triángulo de amor bizarro

                                                                                                    
Mientras Alejandro Garrido se encontraba acostado en el suelo de su habitación apestosa a tabaco, y el objeto responsable de tal emanación se hallaba extinto entre sus dedos, en su reproductor sonaba Bizarre love triangle de New Order.
            Debería de pensar en cómo podría remediar ese insoportable olor antes de que su madre regrese. Debería, pero tiene cosas más importantes en qué pensar, por ejemplo, el hablar con María Rangel, su mejor amiga.
            Los minutos pasan y sólo da vueltas a su trágica situación, a veces se desvían sus pensamientos y llegan a él  imágenes pasadas. Alejandro recordó esa tarde, él tenía 11 años, en la televisión se transmitía Ensayo de un crimen, fue la primera y única vez que vio esa película y, aún ahora, 6 años después, recuerda la linda y un poco perversa melodía de la cajita musical. Alejandro está convencido de que esa película significó un cambio radical en su vida, y esto se debe a que quedó profundamente enamorado. Fue doble dicha porque quedó flechado por Ernesto Alonso, lo cautivó su elegancia y su voz, incluso a veces la imitaba, y también, desde luego, por Miroslava: ese cuerpo, ese rostro, esos ojos… Aún puede sentir la emoción al pensar en ella. Con ese filme tiró sus limitantes entre sus preferencias y decidió amar a la persona, no al sexo de ésta.
Amar, eso es, de eso se trata, por ese estúpido sentimiento está donde está.
Todo comenzó hace casi un año cuando conoció a Sergio Cervantes, un ser antisocial pero atractivo. Alejandro siempre juró que Sergio se parecía a un muy joven José Alonso y,  María, amiga en común, a la Isela Vega de La Viuda Negra. Debían entregar trabajo escolar y se pusieron de acuerdo en ir a un parque a prepararlo. Al final, solo Sergio y Alejandro fueron; aunque eran conocidos,  jamás habían tenido una conversación de más de diez palabras.
―¿Cuál es tu artista favorito? ―le preguntó Sergio mientras ponía su mochila en el suelo.
 ―Brian Eno, ¿y el tuyo? ―contestó enseguida Alejandro.
―Sus Satánicas Majestades, Los Rolling Stones… ¿Brian Eno?, vaya, pues está bien.
Se sentaron en el pasto. Tenían tanto en común que pasaron horas hablando de Madonna, de una forma tal, que la escena parecía reproducir los primeros minutos de Perros de Reserva, cuando los personajes hacen un recuento de sus canciones predilectas. Alejandro se sentía feliz, podía sentir claramente un pequeño monstruo rascando sus entrañas. Disfrutó poco tal estado porque Sergio, sin previo aviso, le plantó un beso. Ambos se quedaron callados.
Alejandro se perdió en esa sonrisa discreta, en esas facciones esqueléticas y en ese cabello alborotado. Literalmente quedó boquiabierto.
Espontáneamente, Alejandro se animó, le devolvió el beso muy al estilo película setentera francesa, y sin más qué decir comenzaron una linda y tortuosa relación.
El pacto se selló con un disco de vinil que Alejandro le regaló a Sergio, el Sticky fingers de los Rolling Stones encontrado en un puesto de discos viejos en La Lagunilla. Pasaron bellos momentos al compartir gustos como la música. Era un derroche de felicidad empalagoso, pero furtivo.
Alejandro recordaba esos instantes con Sergio mientras observaba la frase de Mauricio Garcés que colgaba en la pared de su habitación: “Dios me ha dado razones de sobra para ser divina”. Esa frase le encanta a Alejandro, incluso dice que es su doctrina, su filosofía. Se incorporó y puso en su reproductor el disco Here come the warm jets de Brian Eno. En seguida vino a su memoria el día en que fue al cine con María y, entre la proyección de la última película de Tim Burton, cambió por completo su panorama cuando ella le confesó que Sergio le gustaba.
Alejandro se quería morir ¿Qué le podía contestar? ¿Le ponía al tanto sobre las preferencias de Sergio? Y, peor aún, ¿Le revelaba que sostenía una relación con su mejor amigo? Tal vez para cualquier otro hubiera sido un diminuto problema, para Alejandro era como pegarse un tiro, se quedó callado, sonrió y María lo abrazó. Se odió por tanta hipocresía.
Ahora, en su cuarto, se seguía odiando por ese abrazo. Pensaba que por sus actos echaría a perder años de amistad con María. Embriagarse, drogarse, suicidarse, todo esto estaba en la lista de acciones que Alejandro quería realizar. Obvio, no hizo nada de eso por cuestiones de valor y de economía.
 Los días siguientes a la confesión de María fueron un infierno; cuando Alejandro estaba con Sergio no podía siquiera mirarlo a los ojos sin sentirse culpable por su amiga. Sergio notaba esta inquietud y se atrevió a preguntar qué era lo que tenía, y lo único que logró fue la ya clásica respuesta: “nada”. Sergio se quedó inconforme, pero olvidó el caso y siguió hablando sobre cómo sentía un gusto culposo cuando leía al Marqués de Sade; después hubo una pausa en la que Alejandro sonrió al recordar Juliette. Prosiguieron con besos y más besos, y Alejandro se olvidó completamente del asunto de María, se olvidó tanto que no se percató de que ella estaba ahí, parada, viéndolos con la cara más sorprendida e inocente que Alejandro había visto en toda su corta vida. Alejandro jura que vio lágrimas en los ojos de María.
Eso fue el detonante. En su habitación recordaba esa terrible escena oyendo I’m a loser de The Beatles. Alejandro se dejó llevar por el primer impulso y le soltó un puñetazo a Sergio; luego reaccionó y se sintió muy apenado, se iba a disculpar cuando sintió la contestación en el estómago. Hubo una horrible pelea, Sergio gritó: “Te odio maldito maricón, no te quiero ver nunca”.
Alejandro a veces ríe cuando recuerda esa frase tan gastada. Sin embargo, en aquel momento quiso correr a la avenida, saltar del puente, simplemente morir.
Alejandro comenzó a llorar en silencio, las lágrimas caían discretas mientras se oía Heaven knows I'm miserable now de The Smiths. Ahora los recuerdos estallan como bombas, todos a la vez  lo atacan sin piedad.
Ha pasado ya una semana y lo sucedido aún está al rojo vivo. Alejandro solo piensa: ¡Maldito infeliz!, ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? Sé que te arrepentirás.
En el sistema aleatorio de su reproductor la canción Where is my mind? de Pixies acompaña a Alejandro en el plan trazado: ir con María y pedirle perdón, después con Sergio para recuperarlo, y que Ziggy Stardust lo socorra.  Alejandro tomó la decisión de la muerte o la gloria.
Días después María siguió siendo su mejor amiga, pero Sergio ya era un total desconocido.


Enrique Guerrero Flores