Tenía seis años,
cuando mi hermana mayor comenzó a salir con muchachos. Te diré que, en esa
época, las citas eran algo distintas a como lo son hoy. Mi hermana, como hija
de familia, no tenía permitido salir sola con muchachos en su primera cita, así
que en estas ocasiones solía acompañarla.
Recuerdo
que una de sus citas fue en la Feria anual del Lago encantado. La feria siempre
se realizaba al otro lado del lago, pues del lado del puente solo se usaba para
fines turísticos o de recreación, por lo que era muy común ver parejas de
enamorados en pequeñas barcas.
Lo bueno de ir a los, entonces, encuentros tan
románticos para mi hermana como asquerosos para mí, era que los pretendientes
me cumplían todos mis caprichos y el chico de esa ocasión no era la excepción.
Me convenció de dejarlo a solas con mi hermana con una bolsa grande de
palomitas, un algodón de azúcar y diez pesos. Tomados de la mano, se dirigieron
a una barquita que él rentó a un viejo carpintero. Yo, por mi lado, me quedé
disfrutando de mis golosinas en la feria. Mirando el paisaje, recordé la
leyenda que mi abuelo me contó acerca del puente. Me dijo que este lugar es la
entrada a un mundo mágico en donde alguna vez hubo luz y bondad. Este mundo,
habitado por hadas y duendes, fue invadido por fuerzas oscuras, las cuales, lo
destruyeron todo y encerraron en aquellas bancas de piedra, el pasado de estos
habitantes en un sueño eterno.
Pensar en tal mundo me puso triste. De pronto,
miré aquel puente, corrí para poder rodear el lago y me detuve. Mi abuelo solía
decir que los entes guardianes de las fuerzas oscuras, cuidan celosamente las
bancas solitarias para que nadie libere al pueblo mágico de su cárcel eterna.
Me acerqué un poco, después un poco más, cuidadosamente toqué una de ellas,
luego la otra. Busqué alguna inscripción en las bancas, no la encontré, busqué
un símbolo…sí, ahí estaba, un triángulo dentro de un círculo. Lo toqué. Después
una luz blanca me cegó y ya no supe nada.
Desperté
en mi casa, en mi cama. Mi hermana me jura aún hoy, que jamás tuvo una cita en
ese lugar; dice que el lago encantado no existe ni existió en nuestro pueblo.
Amanda Aranza Guerrero Flores