Ya era Abril,
por fin el descanso se acercaba
con la promesa de ser largo, muy largo. Sin embargo, algo tenía que echar
a perder esos planes: no podía irme tranquila sin saldar mi deuda con señora Matemáticas. Creo que
sobra decir quién era la responsable: era mi maestra más mala del mundo,
quien interesada en su labor nos hacía trabajar y razonar cada detalle de la clase. Yo creía
que las Matemáticas eran para genios o para una minoría, igual que el Arte. Para mí, cada clase era un
infierno, mientras todos estaban encantados o, al menos trabajaban en ella, lo único que yo
anhelaba era dormir como oso en tiempos de invierno.
El examen estaba casi frente a
mí sin piedad ni cuestionamientos sobre lo que pensaba o sentía. Era mi
enemigo particular, pero ya saben lo que
pasa cuando la Geometría se estudia al vuelo de las moscas de tu cuarto. Adiós
vacaciones.
Meses antes, la maestra había
mencionado que todos podíamos entender las Matemáticas porque teníamos capacidad, que ni en sueños íbamos a ser grandes sin
fracasos o sin esfuerzo. No creí tal
utopía. Con frecuencia se piensa que las personas interesadas en el Arte y sus
“baratijas”, por naturaleza,
no son compatibles con el común
de las ciencias u otras ramas. Yo estaba en ese grupo de extraños.
Ésta iba a ser la última oportunidad que
la maestra nos proporcionaba, si no deseábamos darle la bienvenida al extraordinario.
Al momento de poner mi nombre en el examen, estaba decidida a conquistar
esas preguntas con mi esmero; expresé con números lo que nunca pude creer que
podía hacer todo este tiempo, me di a
conocer incluso al cuadrado.
Después de un nueve perfecto, no había manera de objetar que era mío y se debía a mi esfuerzo (meses antes lo habría considerado un
milagro).
Mi
maestra más mala de la Preparatoria 3 “Justo Sierra” (creo que no era la
única), lo era porque confiaba en la capacidad de sus alumnos y no sólo nos
hizo entender, sino también demostrarnos
que podíamos lograr metas
si quitábamos límites y
prejuicios. Después de esta experiencia comprendí que no éramos un saco por
llenar: somos todo un universo por descubrir.
A
veces el mundo se subestima demasiado como para creer que mejorar es siempre una
posibilidad palpitante.
Blanca Paola Vázquez de la O