martes, 30 de julio de 2013

La curiosa ecuación del esfuerzo

Ya era Abril,  por fin el descanso  se acercaba con la promesa de ser largo, muy largo. Sin embargo, algo tenía  que echar  a perder esos planes: no podía irme tranquila sin saldar  mi deuda con señora Matemáticas. Creo que sobra decir quién era la responsable: era mi maestra más mala del mundo, quien  interesada en su labor  nos hacía trabajar  y razonar cada detalle de la clase. Yo creía que las Matemáticas  eran  para genios o para una minoría,  igual que el Arte. Para mí, cada clase era un infierno, mientras todos estaban encantados o, al  menos trabajaban en ella, lo único que yo anhelaba era dormir como oso en tiempos de invierno.
     El examen estaba  casi frente a  mí sin piedad ni cuestionamientos sobre lo que pensaba o sentía. Era mi enemigo particular,  pero ya saben lo que pasa cuando la Geometría se estudia al vuelo de las moscas de tu cuarto. Adiós vacaciones.
     Meses antes, la maestra  había  mencionado que todos podíamos entender las Matemáticas porque teníamos capacidad, que  ni en sueños íbamos a ser grandes sin fracasos o  sin esfuerzo. No creí tal utopía. Con frecuencia se piensa que las personas  interesadas en el Arte y sus “baratijas”,  por  naturaleza,  no son compatibles con el  común de las ciencias u otras ramas. Yo estaba en ese grupo de extraños.
     Ésta iba a ser la última oportunidad que la maestra nos proporcionaba, si no deseábamos darle la bienvenida al  extraordinario.
     Al momento de poner mi nombre  en el examen, estaba decidida a conquistar esas preguntas con mi esmero; expresé con números lo que nunca pude creer que podía hacer  todo este tiempo, me di a conocer  incluso al cuadrado.
    Después de un nueve perfecto, no  había manera de  objetar que era mío y  se debía a mi esfuerzo  (meses antes lo habría considerado un milagro).
Mi maestra más mala de la Preparatoria 3 “Justo Sierra” (creo que no era la única), lo era porque confiaba en la capacidad de sus alumnos y no sólo nos hizo entender,  sino también demostrarnos que  podíamos lograr  metas  si quitábamos  límites y prejuicios. Después de esta experiencia comprendí que no éramos un saco por llenar: somos todo un universo por descubrir.
A veces el mundo se subestima demasiado como para creer que mejorar es siempre una posibilidad palpitante.
                                                                                                        Blanca Paola Vázquez de la O