Voy tarde, tres estaciones del metro y un
camión, son ya algo normal de lunes a viernes, estoy emocionado por llegar.
Martín Carrera, mi última parada, ya estoy
cerca. Camino, pasan rostros conocidos, muestro una ligera sonrisa, no debe notarse mi falta de tiempo.
Palpo entre mis útiles: cuadernos, plumas…
mi credencial debe estar ahí. Ese pequeño plastiquito ¡cómo da problemas!,
burlándose de mí la credencial hace su aparición entre mis cosas. Dos metros
más y estoy dentro. El verde de los árboles me entretiene, olvido que es época
de primavera. Sigo caminando, ahora a un paso más acelerado, cruzo un vestíbulo
lleno de gente que sabe cómo matar el tiempo, me veo obligado a esquivar a una
pareja.
Subo unos cuantos escalones, los suficientes
para llegar a mi clase, pero antes observo por la rendija: la clase ha comenzado, abro la puerta, al instante una
voz sabia y llena de experiencia me dice que puedo pasar, sí, es la voz que nos
obsequia algo día a día, podrá ser poco pero es valioso para mí. Saco mis
útiles, intercambio saludos y así es como comienza el momento esperado del día.
Las horas transcurren, desde las ventanas
del salón el Sol comienza a despedirse,
la escuela empieza a vaciarse, compañeros se van y unos cuantos tienen el
placer o la desdicha de disfrutar unas horas más de estudio.
La
noche ha llegado y con ello la hora de irse de casa, mi casa, la casa de todos,
la casa que día a día abre sus puertas a jóvenes entusiastas, jóvenes con esperanzas
de un mejor futuro, jóvenes libres. Así
es la U.N.A.M
Así
es Prepa 3.
Diego
Ibarra
Grupo 660