Era extraño, el maestro de Matemáticas nunca llegaba tarde. Cuando se hacía el cambio de clase él estaba ahí, siempre puntual, esperando la llegada de los alumnos para dar inicio a la sesión. Esta vez su lugar estaba vacío.
El grupo se hallaba alborotado, todos gritaban: ¡Vámonos de aquí! ¡No
llegó! En poco tiempo el salón se fue quedando vacío; grupos de amigos se
alejaban, mientras organizaban planes para sus horas libres. Yo me quedé ahí leyendo, pero un retortijón en mi estómago me
hizo ir a la cafetería por algo de comer.
En el camino me encontré a mis
amigos de 4°: “Happy”, Toño y Yahir. El hambre, la música y el tiempo libre
serían una buena combinación para descansar.
Pudimos haber ido al cine o a las maquinitas
de las plazas cercanas a la escuela, pero, en lugar de eso, comenzamos a
compartir nuestra comida, caminamos juntos y de pronto nos encontramos hablando
de nosotros, de la escuela y del tiempo.
Entre las canchas de básquetbol y la pista de atletismo, nos sentamos.
“Happy” comenzó a tocar con su guitarra
algunas canciones de su propio ingenio y otras de algunas bandas de música que
a ellos les gustaban. Poco a poco la guitarra y la voz se fueron apagando para
dar lugar a charlas del futuro, del presente y, muy nostálgicamente, del pasado. Entre ellos había un futuro
físico, un periodista, un artista y alguien lleno de incertidumbre acerca de su
futuro.
Mientras hablaban de tantos maestros de la escuela, la añoranza salió a
flote; cómo se extrañaba aquel grupo de 4°, los reencuentros de secundaria, los
horarios que hacían mover al grupo por toda la escuela. Comenzamos a reír
recordando aquellas clases de Dibujo y cómo cada uno pretendía ser un artista, las
clases de Informática intentando comprender códigos y programas, las diversas
clases de Estética-Artística en las que salían a flote los toques de músico,
pintor o actor, y las clases de Educación Física donde todos competíamos para
ver quién era el mejor.
El tiempo de descanso había acabado, cada uno de nosotros tenía que regresar
a su respectivo salón, cuántas cosas habíamos vivido, cuántas queríamos decir,
pero el tiempo transcurría y teníamos que continuar con nuestras clases, para
seguir viviendo, para seguir soñando. Nos despedimos con un “hasta pronto”, esperando encontrarnos una vez más para volver
hablar del pasado y revivir lo que va
quedando atrás.
Marcos Rubín García
Grupo
661