Era un extraño más, llegaba
a las instalaciones —tan añoradas— sin saber dónde mirar, pero observando todos
lados. No recuerdo ni si quiera mi primer conocido, si le hablé yo o me llamó
él, si tenía un nombre distinto al mío, si le gustaban las mismas cosas o si
iba en el mismo turno, pero hubo un primer conocido, mi primer desconocido.
Era
un extraño más en el aula de clases, el sujeto que se posaba frente a mí y el
resto de extranjeros de alrededor, me resultaba ajeno y enigmático. Creí que pasaría
desapercibido, igual que la persona con quien rolaba su lugar cada cincuenta
minutos, un tedio, sin duda.
Me
la pasaba aguardando la hora libre, insisto, era un extraño más echando una retita
en la cancha llena de tierra, con un futuro que comenzaba a mancharse de polvo,
igual que mis zapatos y sueños distraídos. Con una guitarra de caparazón,
entonando una canción de Arturo Meza: “Era un extraño más —cantaba—, lejos del
corazón de dios… de musas perdidas en el muladar”.
Inscribirme
al taller de teatro o al de coro, ¿qué pasión seguir?, el gusto a la literatura
dramática por un lado, el amor al canto del otro. No sé cómo me quedé en
estudiantina. Recuerdo el salón: Afine una guitarra y toque, dijo el profesor.
Acorde de La menor, rasgueo de balada rock, una canción de José Luis D.F. No es
eso lo que tocamos aquí, yo levanté los hombros. De acuerdo, sentenció, está
usted inscrito.
Entre
música y amigos, se me estaba terminando el primer periodo. No fue tarde cuando
descubrí la manera bestial en que mis calificaciones agonizaban, parecían
condenarme de por vida. Calma, calma, decía, todavía no es tarde. ¡Oh no!, no
lo era. Ignoro si fue el destino o mi disposición quien me llevó al quinto año
con todas las materias exentas.
Era
un extraño más en busca de pasiones. Descuidados, asomaban mis primeros versos.
¿Letras de canciones?, comenzaban a perder lo poético, mis acordes sonaban
entre el blues y el bolero, en ocasiones les quedaban apretadas las melodías,
no quería dejar de hacer música, pero tampoco deseaba estancarme. En la
biblioteca, un libro de Rubén Darío me incitó a dar nueva estructura a mis
ideas, me volví fanático al color azul. A veces era un rey burgués, en otros momentos
un duque Job, pero continuaba siendo un extraño más.
Cuartetos,
tercetos, redondillas, sonetos, acrósticos, acrónimos… En mi afán por hacer de
todo, no creé nada. Me inscribí al concurso interpreparatoriano de aquel año. Me
sorprende que domines el octosílabo, comentó mi asesor, pero la rima ya no se
usa. Necio, cual no consigo dejar de ser, opté por inscribirme de todas formas.
Me llegó el rumor de que al leerlo, cierto profesor había dicho con frialdad: Está
bueno, pero este otro está mejor. De manera que mi redondilla no figuró en
aquella prueba.
Consternado,
no he de negarlo, cuestioné mis pobres versos sin piedad. No lo esperaba, pero
el más tímido de ellos me respondió. Dijo que yo era quien los atrapaba en esas
jaulas anticuadas que eran los moldes, me exigió libertad. Conmovido, quité el
candado de su prisión, para recibir el sexto año con nuevas aspiraciones, y una
profesora que dijo ante el grupo: Yo pienso que la literatura hay que vivirla.
Por
otra parte, el retorno a clases significaba también el regreso al viejo taller
de estudiantina, cuyo futuro no parecía tan prometedor, pues una figura se
jubilaba, a su retiro crecía una sombra de polémica. Ante la partida de su
igual de antiguo director, se corrió el rumor de la extinción de dicho grupo
musical, ¿qué iba a ser de las almas que acudían a su salón, a dónde irían en
busca de desahogo y regocijo? …un escándalo en algún noticiero, una charla con
la directora general, una supuesta confusión… Está bien, se buscará un nuevo
director de estudiantina.
De
tarea, había quedado investigar sobre la prehistoria del país. Una curiosidad
inminente me poseía al tener en mis manos una fotocopia, ante la cual, existía
la previa advertencia de la profesora: No la lean, concédanme el privilegio de
la duda. ¿De qué tratará?, sin más, la leí para descubrir un viejo cuento que
exaltaba el pasado maya, no me resultó tan interesante como esperaba.
Cuando
llegó la clase, ya estaba preparado para fingir que el texto era nuevo para mí.
Les leeré la fotocopia, dijo la profesora, síganme con la vista. ¿Por qué no
poner a leer a algún alumno?, pensé, yo lo haría muy bien. Luego lo descubrí. El grupo no estaba preparado para escuchar su
voz que resonaba en cada rincón del aula, ni si quiera el escándalo perpetuo
del pasillo se atrevió a perturbar su lectura, el ruido ajeno parecía sumarse a
su palabra. El salón entero quedó estupefacto. El texto que no me había causado
mayor impacto, adquiría ahora un sentido nuevo.
Más
de una ocasión intenté acercarme a aquella profesora, las primeras impresiones
que me brindó, habían bastado para causarme admiración. Siempre estaba rodeada
de alumnos. Era un extraño más fascinado ante sus cualidades lectoras,
encantado por su clase entusiasta. Ella, por su parte, compartía sus
experiencias literarias con los jóvenes que le abordaban.
¡Ah!,
era un extraño más, poeta de ningún lugar. Aguardaba la madrugada y en su
obscuridad solitaria, trataba de encontrar nuevos temas para mis versos. Ya se
ha escrito de todo, ¿qué resta por descubrir, en dónde hallar lo que no tiene
principio, qué sucede con lo que no ha comenzado y comienza?, ¡queda tan poco
que decir y tanto por cantar!
Está
bien, me habían dicho, se buscará un nuevo director de estudiantina. El aula se
reabrió. Soy su nuevo profesor, les quiero dejar algo bien claro: yo no soy su
antiguo maestro ni planeo serlo, tengo mi propio estilo.
Filofobia:
Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo al amor, a
enamorarse o a estar enamorado. Las experiencias pasadas me habían dejado
abatido. Quizás fue por eso, cuando crucé miradas con una muchacha de
estudiantina, fingí no sentir nada. Simulé que no me cautivaban sus ojos,
disimulaba al conversar con ella y fingía demencia cuando me comentaban que le
gustaba. Enamorarse, ¿y qué pasaría luego, cuando no quede nada por ocurrir…?
Era
un extraño más. Cierto día, un carismático profesor de historia, el ídolo de
las masas, me dijo: Desde que te cerraron estudiantina, andas errando por todos
lados. ¿Cómo fui a elegir área 3?, todos mis amigos estaban en el campo de las
ciencias exactas, mi profesor de matemáticas decía que yo debía estar allí.
Otros más comentaban que mi vocación estaba en las humanidades: Te arrepentirás
del área 3. ¿Qué hacer con tanto tiempo disponible, a dónde ir si ya no queda
sitio para volar en libertad?
Ya
se abrió la convocatoria para los concursos interpreparatorianos, dijo la
profesora de literatura, anímense a participar. Me sentí listo para enfrentarme
de nuevo a tal reto, el año pasado, mi necedad me había relegado. En alguna
carpeta de Mis Documentos, encontré un viejo cuento. Además, seleccioné varios
de mis poemas para llevárselos a la profesora. ¿Y si los criticaba, y si los
mutilaba, estaría dispuesto a aceptarlo total de ganar una prueba?
Nada
de eso ocurrió, peor aún. Vamos a combinarlos. ¿Qué? Sí, fíjese cómo esta parte
de aquí se ajusta con este otro poema. Es que ya estoy acostumbrado a que sean
dos poemas diferentes. Usted fíjese qué bien se combinan:
Cuando
no quede nada por ocurrir
y las nubes se hayan arrojado desde el suelo,
impactantes, impactadas,
y los sueños
se conviertan en un espejo
donde la realidad se mire con vanidad,
¿qué supones que harás conmigo,
qué piensas que haré yo?
y las nubes se hayan arrojado desde el suelo,
impactantes, impactadas,
y los sueños
se conviertan en un espejo
donde la realidad se mire con vanidad,
¿qué supones que harás conmigo,
qué piensas que haré yo?
Sé
que el beso que se niega
debe ser robado,
pero ¿a dónde irá el misterio entonces?
irá vagando en labios curiosos
y mendigará asilo en las pulcras bocas,
pero las más ansiosas lenguas
—ávidas espadas recién desenvainadas—,
le arrojarán en un escupitajo.
debe ser robado,
pero ¿a dónde irá el misterio entonces?
irá vagando en labios curiosos
y mendigará asilo en las pulcras bocas,
pero las más ansiosas lenguas
—ávidas espadas recién desenvainadas—,
le arrojarán en un escupitajo.
¿Sabes
tú lo que sucede
con lo que no ha comenzado
y comienza?
con lo que no ha comenzado
y comienza?
Con
un ansia presurosa
he buscado en mis últimos ayeres,
me arden la mañana y los ojos
de tanto desear que la tarde no llegue.
he buscado en mis últimos ayeres,
me arden la mañana y los ojos
de tanto desear que la tarde no llegue.
¿Qué
haré con la desdeñada tarde,
con todo lo que fraguaba
y con estos versos
que mi penuria inmoló por ti.
con todo lo que fraguaba
y con estos versos
que mi penuria inmoló por ti.
¿Sabes
tú lo que sucede
con lo que no ha comenzado
y comienza?
con lo que no ha comenzado
y comienza?
Las
miradas que no se cruzan
y los labios húmedos de deseo
que no se tocan
y las palabras quedas
que gritan pero no se dicen,
los anhelos que no pueden
hacerse realidad,
no mueren:
se vuelven amigos
del tiempo y la espera.
y los labios húmedos de deseo
que no se tocan
y las palabras quedas
que gritan pero no se dicen,
los anhelos que no pueden
hacerse realidad,
no mueren:
se vuelven amigos
del tiempo y la espera.
¿Sabes
tú lo que pasa
con lo que no ha comenzado y comienza?
pues…
lo que no ha comenzado y comienza,
termina.
con lo que no ha comenzado y comienza?
pues…
lo que no ha comenzado y comienza,
termina.
Usted
confíe en mí y ya verá que podremos hacer maravillas. Además del poema,
trabajamos el cuento. Por primera vez, experimentaba lo que es la verdadera
crítica constructiva. Cuando llegué a casa,
me puse a corregir todos mis escritos, de la misma forma en que habíamos pulido
los trabajos con los que concursaría.
Mi
grupo no es el 658, tampoco el 661, ni el 657 y mucho menos el 651. Es una
mezcla de los cuatro, mi propio grupo, construido en el momento en que me
inscribí. Gracias a esto, mis horas libres pocas veces coincidían con las de
mis compañeros de clase. En cambio, la persona que tenía disponibles las mismas
horas era la misma muchacha de estudiantina de quien hablaba antes. Cuando me
di cuenta, había pasado todo mi tiempo libre a su lado. Este poema me encantó,
dijo la maestra cuando se lo mostré —o bien pudiera decir: “se lo presumí”—,
así déjelo, no necesita ninguna corrección. Y eran los versos que había escrito
pensando en aquella joven.
Estaba
entusiasmado, la profesora que tanta admiración me causaba, estaba por abrir un
nuevo taller para la creación literaria. La primera clase de este curso
colateral, estuvo llena de personas que como yo, emergían como escritores. Cada
uno de ellos, con una historia propia al lado de la profesora, que tanto apoyo
nos estaba brindando, tanta dedicación al leer todos y cada uno de los
escritos.
Recuerdo
el medio día en el aula del taller. Una muchacha le había mandado sus poemas a
la profesora, quien le pidió leerlos ante el grupo. Dos en particular. Cuando
terminó, la maestra, Graciela Noyola, me miró confiada, segura más que de sí,
de mí. ¿Qué le recomienda a su compañera? La rima, fue lo primero que dije, la
rima ya no se usa. No me encontraba alardeando, estaba compartiendo un poco de
lo aprendido en mi corta trayectoria de poeta, sí, nunca antes me había
atrevido a llamarme de tal forma hasta ahora, con la profesora Noyola como
sustento, quien me hizo sentir más cerca de la literatura que antes.
Profesora,
Graciela, recuerdo todas las palabras que me ha dicho, las palabras de aliento
para ayudarme a mejorar mi poesía. Dijo: Usted me eleva, pero de repente me
baja de golpazo, ¡no pierda el ritmo! Usted es buen poeta, pero no se engolosine,
¡exíjase! Hay que ser de mentalidad abierta, es la única forma de vivir en
estabilidad. También recuerdo el día en que la encontré dando clase a un grupo,
y al asomarme, se entusiasmó conmigo diciendo: ¡Gano, usted ganó en el concurso
de poesía!
La
alegría de ese triunfo aún prevalece, sin embargo, ya estoy buscando nuevas
oportunidades. En esta búsqueda llevo su influencia como una marca de Caín. Me
dijo un pajarito que usted siempre gana en los interpreparatorianos, cada año
recibe un estudiante que, como yo, crece con su enseñanza. Le pido no me
olvide. Yo soy el alumno que al leer, se acuerda del texto que usted recitó en
la primera clase. Soy el muchacho que corregía sus escritos antes de
mostrárselos, para que al verlos, no pudiera cambiarles nada y sin embargo,
siempre dejaba pasar cualquier detalle, para que usted lo encontrara y así demostrase
que todo es perfectible. Soy un extraño más, un punto muerto en medio de la
hora, charro atrabancado, hombre imaginario, pájaro azul, altazor, músico de la
murga, prisionero iluso de esta selva cotidiana, poeta de ningún lugar.
No
sé cómo fui a terminar en área 3, no sé lo que habría pasado de haber optado
por el área 1, o la 2. Estoy por decidir una carrera, pero sé que a donde
quiera que me dirija, estaré marcado por la literatura, por su enseñanza.
Atentamente
Chrisü
Job