(Inspirado en el poema
“Deseos” de Carlos Pellicer)
El verde metálico del quetzal y el rojo del papagayo
adornan mi cabeza; el hilo de conchas en mis muñecas y pies se estremece al
compás de mi cuerpo luminoso.
El suelo tiembla con cada baqueteo del
tambor de piel, percusión ancestral que posee mi espíritu para hacerlo bailar.
Por mis pies descalzos siento subir la
energía de la piedra que guarda el espíritu de mis antepasados. Danzando en su
memoria y honor, logro ser parte del
glorioso pasado Teotihuacano.
Madre luna nos baña con su velo y el
fuego de las antorchas calienta nuestros cuerpos, mientras el olor enervante
que sale del copalli se expande en curvas caprichosas moldeadas por el
viento.
Soy las plumas, el tambor, la danza, las
sonajas que se agitan y las flores de la ofrenda; soy la obsidiana afilada, la
semilla que germina y los colores del tapete florido.
Soy la gran pirámide, soy el astro padre
que se eleva al terminar la noche. Soy su hijo y su danzante.
Soy
la ciudad de dioses que se alza con los hombres.
Pedro Artemio García Hernández