domingo, 18 de agosto de 2013

Infancia


Sólo hay un demonio presente hasta la fecha. Mejor dicho, es una “diabla”: la soledad.
Cuando fui niño me causó lágrimas, enojo, pero también risas y alegría, incluso, llegué a necesitar de ella. Reía en soledad, lloraba en soledad, me enojaba en soledad… varias de las sensaciones experimentadas por otros con amigos o familia, yo las vivía en soledad. Todo lo hacía “con soledad. Soledad siempre ahí, siempre conmigo, aun cuando estaba acompañado.
Desde esa etapa de mi vida, ella ha sido como una amante fiel, a veces, muy celosa. Amigos, novias, familia, mi propia persona y pensamientos fueron ocupados por ella. Buscaba alejarme del mundo, me hostigaba la compañía, mi único deseo era estar solo… ¿Qué irónico, a decir verdad!, porque fue gracias a ella que soy como soy y es gracias a la soledad que aprendí a gozar de mi existencia. Aunque para llegar a esta conclusión, tuve antes que sentir todo el dolor, el enojo, el pavor y la desesperación que implica el tránsito de una existencia odiada (porque cuando eres niño crees que no tienes nada) a una vida que te pertenece plenamente porque la has ganado.

                                                                                               Pedro Artemio Hernández. Grupo 510