martes, 30 de julio de 2013

Libros con camisón de polvo


Es una señora rimbombante, muy callada; el silencio de sus adentros es cuidado como rocío de oro. Habitan en su interior miles de mentes prodigiosas: escritores, poetas, investigadores…
   Muchos creerán que tiene secuestradas a infinidad de mentes maestras, pero no, sólo guarda un poco de sus almas. Efímera tinta y papel basta para albergar la esencia que  alimente después sueños famélicos.
   Conserva palabras calladas y acusadas de rebeldía, amores furtivos, diálogos elocuentes, versos dulces y amargos, teorías de la vida... Todo aquello que  espera ser leído y  revivido por una voz adolescente.
   Algunos viajan a París para presenciar los delitos del Marqués de Sade, muchos  comparten las noches tenebrosas de Poe o marchan a un ágora  para aprender con Aristóteles. García Márquez toma de la mano a tantos otros y los conduce a la costa de Cartagena, los más audaces son llevados por  Carlos Fuentes a Donceles 815 y jamás regresan. Ángeles Mastreta los retrocede a un México antiguo y Neruda a todos enamora con 20 poemas de amor y una canción desesperada. La clave aquí es guardar silencio porque los protectores cuidarán su espacio con empeño.
   Señora inmensa con aires de inteligencia, se engalana con estantes, se maquilla con pasta de libros y sonríe ante cada poema leído. Siempre firme, jamás se rinde. Sólo los valientes se atreven a entrar, no todos aceptan el reto de ser transportados a lugares súbitos para vivir aventuras regias.
   Pasan y pasan, caminan, la miran, muchas veces la ignoran. No importa, ella espera paciente, mientras se pregunta: ¿Por qué no quitarle el camisón de polvo al libro de física? ¿Cómo no querer soñar sobre el mar Mediterráneo? ¿Por qué no dejarse llevar a mundos fantásticos y desconocidos? ¿Por qué no caminar y desandar las veredas que otros han transitado entre páginas de olor a viejo?

Se preguntarán de quién hablo... No puede ser otra que de la Señora Biblioteca, que habita en las entrañas de Prepa 3.

Nallely Barba Altamirano

                                                                                    Grupo 610

Fragante


Yo no puedo llorar un día cualquiera. Mis amigos se reúnen en otoño, brindan por sus lágrimas sin procurarles destino fortuito. 
Yo no puedo arrancarme los cabellos como una cualquiera. Tampoco soy capaz de mantener mi llanto en secreto.
La palmera es mujer firme. Toma su lugar frente a mí, reprime su dolor: se mudaron las risas fanáticas de sus pies. Yo no soy como ella. 
El roble, más lejano, vive pensativo. Se ha inventado forma nueva de llorar a través de un rostro de bronce, emblemático y ajeno.
Yo no.
Yo me desnudo con sosiego durante febrero, engalano un vestido lila para recibir la primavera.
Así, mientras mis compañeros ríen, yo dejo con elegancia que mis lágrimas púrpuras se encharquen sobre el jardín.
La juventud me mira conmovida, no por mi llanto florecedor, sino por la nostalgia de su propia metamorfosis, que transcurre con igual hermosura que mi cambio de vestido.

                                                                                                         Chrisü J.

                                                                                                         Grupo 661

Violeta, mi querida violeta

     
Sostengo mi mano en su piel rugosa y castaña. Suspiro. Alzo la mirada y ahí está, el pincel de sus cabellos pintando de lila mis cielos. ¡Ahí está! Mírala bailar al ritmo del susurro virginal. Acaríciala, tócala, despéinala con tus dedos de aire.

Sus pies magnánimos, claros, fuertes, dejan huellas floreadas, como la de los caminantes del mar. El lecho donde yace postrada se decora en púrpura arena. Ahí está. Contémplala. Ella, tan majestuosa, tan suave y cálida, adorna con pétalos y flores violetas la gran jardinera central, donde los cansados y ahítos de estudio se conglomeran para vestir el olfato del aroma fértil de la jacaranda. 

Magnífica obra de Dios: Mujer de largas y delgadas piernas torneadas, mujer de cabellos sedosos y morados. Mujer que engalana con su opulenta belleza los edificios estudiantiles, donde la vista de los ciegos se ve seducida por su terso color malva; sus piernas están al alcance de los presurosos; la sombra de su cuerpo desnudo ofrece tranquilidad para el desosegado y el nostálgico, refugio para los acalorados y los amigables, oído para el solitario, lengua para el mudo e inspiración para el perdido.
                                                                                                                              Zianya Hernández 
                                                                                                                              Grupo 610

Lunes, siete de la mañana

“Las piedras rodando se encuentran y  tú y yo 
 algún día nos habremos de encontrar” 
 El Tri



 Lunes, siete de la mañana. Un frío apretando el pecho, la oscuridad huyendo de las luces derramadas por pequeños faroles que marcaban senderos, y esa luna pálida dominando las alturas con su séquito de estrellas. Avancé desde la puerta, rumbo a los salones, a través de arboledas solitarias que exhalaban su aliento matutino. 
     Siete de la mañana, clase de Matemáticas, pero ustedes ya sabrán, prefiero no especificar sobre el tema, mas en pocas palabras, ¿De qué me servirían las Matemáticas? Escuché esa pregunta tantas veces, siempre a regañadientes y entre murmullos quejosos. Iba razonando sobre ese asunto cuando, como quien pasea su mirada distraídamente y voltea sorprendido al encontrar algo que rompe escandalosamente con el paisaje, la vi. Estaba ella en el vestíbulo. Encontré rosales en el desierto. Pensé que era un vestigio de luna y vapor rezagado en mis ojos. Parpadeé fuerte y quedé absorto. No desapareció, tatuada en mis retinas, se torno nítida. 
     Ella observaba la convocatoria para el Concurso Interpreparatoriano de Escultura, yo lucía como barco de vapor anclado, balanceado levemente por el viento y echando nubecillas de vaho por la boca. La palidez de su piel opacaba a la luna que me miraba celosa; el negro de sus cabellos se perdía en la oscuridad, y la profunda noche, que pronto daría paso al amanecer, parecía envidiosa de aquella negrura.  
- ¿Por qué no la había visto antes?- me cuestioné algo molesto conmigo mismo. 
     Ella miró su reloj de pulsera y luego dirigió su mirada hacia donde me encontraba yo, sus ojos se clavaron en los míos por un segundo que pareció tan largo como esas clases de Matemáticas de dos horas. Sonrió, en ese momento me senté en el suelo, sobre la gran explanada, entre el auditorio y los salones, saqué pluma, hoja y comencé a escribir, mejor dicho, a escribirle. Mientras alternaba mi mirada de sus ojos al papel, ella ensanchó su sonrisa y cuando terminé de escribir(le), me reincorporé solo con la hoja en la mano, dejando atrás mochila, pluma y voluntad. Me dirigí al maguey que custodia la entrada este del auditorio y mientras ella me veía coloqué la hoja enrollada entre una penca; cuando volví a mirarla, tenía los ojos clavados otra vez en su reloj de pulsera, me miró por un par de segundos más, los que escaparon como el sonido de un aplauso solitario, y corrió. 
     Consulté la hora, habían transcurrido 15 minutos y seguramente el profesor había empezado ya a pasar asistencia, corrí también. 
     Después de cuatro horas de clase, y antes del mediodía, regresé al maguey. No encontré nada: ni mi escrito ni su respuesta. La desesperación me comprimió la garganta y busqué nuevamente apresurado. 
     Al día siguiente, yo entraba a clases hasta pasadas las nueve, pero llegué a las siete. Sentado en el vestíbulo, esperé. Apunté la fecha de premiación del concurso que ella había leído. En cada hora libre revisaba las pencas del maguey. Luego, a esperar. 
     Llegué más temprano el siguiente lunes. Nada. ¿Me estaré volviendo loco? ¿En verdad la vi? Incluso, entré a la premiación del concurso que ella había consultado. Me senté en primera fila y en todo momento volteé examinando minuciosamente cada hilera, buscando su cara de luna y su cabello de noche. 
     Ya salí de la Prepa. Hace un año de eso. La licenciatura es diferente, pero cuando no puedo concebir el sueño y está próximo el amanecer, me levanto antes de que éste me sorprenda. A las siete de la mañana, la espero en la puerta de la Prepa. 

Nota:
Si alguien conoce a la mujer que responde a la anterior descripción, le suplico termine con mi angustiosa espera.

                                                                                                                               José Luis Rendón 

Lección de Inglés


Con el rabillo del ojo escudriña por el cascarón verdoso de la puerta. Recorriendo las losetas entre él y la bulla, se mira en un sueño nebuloso, justificación de su impulso por comprobar que was y were se aprenden mejor con el roce del aire, entre la palabrería del pasillo y la exhaustiva observación de la jardinera central.
     Los árboles de ramales alborotados y cabelleras coloridas no confunden con pronunciaciones exageradas. Sólo el delicado siseo del viento  conoce el encanto del equilibrio entre fuerza y suavidad al hablar una lengua distinta.
     Un tumulto de  chicos embravecidos se dirigen a clase, con ellos la neblina se precipita y, frente a él, escribe un diálogo silencioso en el espeso follaje aceitunado. 
     No atina a leer con claridad ni a distinguir un irritante y agudo zumbido. Una punzante sensación bajó de sus oídos al estómago. Su entorno palideció cegando por un instante su mirar. Cuando se recupera, se encuentra acorralado por la mirada vertiginosa de la profesora. Atónito él, furiosa ella.
Sus miradas jugaron un combate de esgrima que terminó por vencerlo en su pupitre, mientras su palpitante corazón se sumía en la tristeza. Para salvarlo, no encontró más remedio que imaginar al viento poseyendo a la profesora y que de sus ojos pardos chispeaban retoños verdes.
                                                                                        
                                                                                                                                           Brandon Gala

                                                                                                                                            Grupo 660

Breve cuestionario a un estudiante


Quiero que me cuentes aquella historia interesante y azarosa, ese episodio de tu
vida que dejó huellas en tu pensamiento.

     Dime cómo inició tu viaje impetuoso por aquel mundo encantador y cómo la curiosidad te llevó a resolver preguntas generadas por tu mente abstracta.
     Ilústrame con tus majestuosas clases de ciencias en las que descubriste que el mundo no siempre es como lo miras, y déjame saber de qué modo aquellas clases de Química, Biología y Física despertaron tu inquietud hacia estas disciplinas. Inquiero tu inmersión en las sabias y estimulantes aguas del conocimiento que despabila tu espíritu científico e investigador. ¿Así fue como aprendiste a ver la vida de un modo distinto?
     Descríbeme cómo, a través de las asignaturas de Lógica y Ética, descubriste ese mundo extraordinario y singular que representa la Filosofía, aquel universo que se abrió a partir de los ideales y las formas etéreas de pensamiento.
     Desnúdame tus clases de Literatura, donde aprendiste el valor de las palabras y viajaste hasta los límites de tu imaginación.
     Muéstrame cómo profundizaste, en tus clases de Historia, sobre tus tradiciones y costumbres y  te forjaste como una persona estudiosa del pasado, pero analítica del presente.
     También indago sobre el desarrollo de habilidades que parecían adormecidas, pero con el ejercicio y la práctica se volvieron maestras de tu raciocinio. Sí, me refiero a la clase de Matemáticas, donde formas complejas adquirieron significado y donde te convertiste en una persona ensimismada y meditabunda, pero extasiada de conocimiento, embebida en la resolución de problemas y en el anhelo de saber más.
     Cuéntame, asimismo, todas aquellas experiencias tuyas en donde reinaba el conocimiento epicúreo.
      Sé que diligente responderás todas mis preguntas porque en tu joven ser  habita un mar de vivencias deseoso de expresarse y mostrar tu increíble y paulatina formación  en los espacios acogedores y estoicos de tu escuela, la
Preparatoria 3, con sus estudiantes siempre belicosos, siempre ansiosos de persuadir al mundo.

Carla Lorena Romero Vera
Grupo 606


De mi estancia en la preparatoria


Ningún ruido aturdía mi caminar sin rumbo sobre el pasto, hasta que una voz incesante en mi cabeza dijo: -¡Detente!, respira.
     El horario de ese día me enviaba a las doce a casa, y en tan inevitable época adolescente,  llena de confusión y vida, decidí salir de mi rutina.
     El pasto, recobrando su fino color verde,  imploraba me sentase para admirar aquel lugar tan perfecto y para hacer un recuento de todo lo que estaba por dejar, ¿dejar? ¿Cómo dejar aquello que forma parte de ti? Inherente como el alma, pensaba.
     El tránsito pesado de la mañana no era obstáculo suficiente para llegar de casa a “casa”. Era sublime el alivio de ver aquella muralla marcando el límite de una vida normal y el inicio de un amplio mundo formado por edificios, jardineras, salones, laboratorios, lugares y personas excepcionales, los metros suficientes para concentrar el saber, el arte y la vitalidad de la juventud.
  Elegir un pasillo inquieto por andanzas ininterrumpidas o  el atajo frente a las bicicletas. Es mejor seguir de frente, siempre digo, de frente por el pasillo, hasta toparse con aquella leyenda de mil colores, espinosa y simbólica: el viejo nopal.
     Y la búsqueda interminable acerca de quién quieres ser está presente en cada paso que das.
     A la derecha, el Auditorio de magnífica arquitectura y potente resonancia del espíritu universitario, vigilado por el gran maestro Justo Sierra y la cápsula del tiempo. Ahí están algunas jardineras y árboles, aquí está la tranquilidad y la historia.
     Un vestíbulo impaciente da la bienvenida a la jardinera central. La  jacaranda, una fuente de belleza genuina, naturalmente dedicada a la observación pacífica del quehacer estudiantil.
     A medida que voy cerrando los ojos, siento el viento fresco en el rostro como cada palabra naciente en un salón de clases advierte la impregnación necesaria de curiosidad y superación, de entusiasmo por lograr el propósito deseado, ya sea navegando entre un poco de locura y razón o simplemente aferrándose a la realidad.
     Los rayos de sol debían detenerse debido a mis reflexiones, sin embargo, se intensificaron,  pude percatarme entonces  de la belleza específica que sólo un hogar de libros puede prometer. El recorrer cada pasillo  oloroso a hojas y polvo, convierte a la biblioteca en uno de los mejores lugares para estar, sin dejar de lado, claro está, las canchas destinadas a practicar deportes, entrenar y vencer o, tal vez, sólo divertirse.
     El gimnasio y las nuevas edificaciones destinadas al arte son lugares que forman, junto  a todas  las instalaciones, las experiencias, los docentes y los alumnos, a nuestra preparatoria.
     Unidos todos somos uno, todos somos Prepa 3.
     Ningún ruido aturdía  mi mente, ya sólo existía el vaivén de imágenes y recuerdos, mis profesores, mis amigos, mi vida aquí y no en otro lugar. Yo, sentada en el pasto, y respirando…
                                                                                                                        
                                                                                                                            Natalia Girón Muñoz

                                                                                                                            Grupo 603

El nuevo horizonte

Había olvidado cómo se siente cuando alguien cree en ti, cuando  alguien vuelve la mirada hacia tu deambular, perezoso y tímido; cuando sonríe al pensar en el futuro de tu talento que se pierde entre un mar de alumnos ávidos y audaces.
     Como todos los días, llegaba tarde. Faltaban 10 minutos para el término de la clase. Mis arrogantes pasos, despreocupados, aunque constantes y torpes, demostraban, más que mi angustia, mi indiferencia y pasividad para el mundo.
 Entré titubeando, buscando señales de desaprobación e infortunio, pero, ¡oh!, mi sorpresa: Pocos compañeros, la profesora de Literatura terminaba de dar calificaciones. Decidí esperar, tenía un presentimiento de que algo fabuloso aguardaba por mí. Llegó mi turno, temeroso, poco interesado, preparé mi conciencia para lo inesperado, como frecuentemente suelo hacer.
 “¡Usted me hizo un ensayo hermoso!” 
     La sonrisa impecable, espontánea, a veces irracional, de gesto estúpido, se apoderó de mi rostro. Mis labios, y un chispeante brillo en mis ojos, denotaron la alegría efímera, pero incontrolable que comencé a disfrutar.
     Sus ojos brillantes, tan amorosos y fraternales, ansiosos por mis palabras, ya habían comenzado a buscar la autenticidad en el fondo de mi alma. Mi respuesta fue lenta e insegura: “¿En serio le gustó?” Su sinceridad se entregaba a mí. Sus palabras, la amenidad que reflejaba su rostro, la felicidad de verme ahí, atendiéndola, y yo deseando escuchar más, culminaron en la derrota de la incredulidad. Aún antes de confirmar su gusto por mi trabajo, yo le creía. Era suficiente la bondad de ella. Nuevamente alguien creía en mí, en mi trabajo, en la pasión por mis creaciones. Mi autoestima y confianza agradecieron su parecer. Era mi profesora, un estímulo; se había convertido en una amiga que refleja incansables fuerzas, un espíritu libre y sereno, siempre empeñada en lograr destacar nuestras virtudes.
Hizo un comentario de compañerismo. Era la invitación de la amistad. En seguida me dio calificaciones, terminó la conversación  y yo, aún con los vestigios de la timidez, tiernamente abochornado, me despedí expresando gratitud.  La tarde observó mi sonrisa, finalmente se había sincerado, yo pensaba en la esperanza recobrada; aún sigue en mí, ella aún cree en mí, y cada día la estimo, cada día la admiro.
Omar Ortiz
Grupo 660


Por el momento miro la vida pasar


El camino a la cafetería, lugar donde se puede hallar un descanso. Una pausa para el trabajo. La gente camina y habla. Historias sobre la pérdida de la inocencia o de la recuperación de ésta son ya una rutina. La enorme estructura ha dejado herencias valiosas y  tesoros codiciados: Creó mentes y genios; detonó gustos y preferencias; esculpió personalidades. Cuántos pies transitaron el camino hacia la cafetería y cuántos faltan por recorrerlo.
    Ese camino es cómplice de la formación de amistades relámpago u otras duraderas. Muchos y diferentes rostros se toparon y examinaron sin darse cuenta que eran uno solo. Todas las ideologías que desfilaron por este espacio han construido la Historia de esta escuela, pero también de la humanidad: cómo olvidar el 8 de diciembre, la inauguración de las nuevas instalaciones de la Prepa, que compartió día con el fatídico asesinato del gran John Lennon. 
     Ese complejo serio y firme fue testigo de todos los sucesos y personajes, de sus logros y derrotas. Cada generación es un cimiento para la escuela y ella espera ansiosa encontrar a los nuevos elegidos que suplantarán las huellas de sus antecesores para ser plasmados en la historia.
     ¿Será ocioso imaginar si un chico de 1983, sería amigo de una chica del 2013? ¿O de uno de 1953? ¿Compartirían filias, fobias e ideas? El tiempo los hace diversos, pero, al final, la esencia es la misma.
                                                                                                                              Enrique Guerrero

                                                                                                                              Grupo 661

Más que un maestro

No necesitó fijarme horarios o darme una lista entera de libros gastados,  eco de voces que innovaron al mundo alguna vez, tampoco se presentó como figura autoritaria, frente a mí y otros 60 compañeros, imponiendo sus ideas.
     Más que  con  palabras, me enseñó con su forma de ser y de pensar sobre la vida. No me hizo pasar tinta de una hoja de papel a otra, sólo proyectó las ideas de su mente en un pequeño espacio construido con sus manos y logró introducirlas en mi pensamiento para que yo las reflexionara. Confió en mí y me enseñó a creer en mí. Me ofreció una oportunidad para que yo pudiera demostrarle a los demás, pero sobre todo a mí mismo, lo que podía lograr sí me lo proponía. 
     Las charlas con él tenían la fluidez  que sólo es posible con quien se considera más que un maestro. Fue la única persona que en todo un ciclo escolar pude considerar un amigo, alguien con quien podía platicar, ser escuchado y al mismo tiempo escuchar, pero sin dejar de ser mi maestro. Fue más amigo que las 70 personas que me rodeaban durante el día en el salón de clases. No importaba qué fuera o pudiera ser, siempre aprendí algo nuevo que me alentaba a ser auténtico.
     Me enseño quién era y a ser yo mismo, con él logré abrir mi mente a una perspectiva de un futuro que anhelo, que podría disfrutar y me sentiría feliz de vivir. Me probó que una persona  puede dar mucho a otra a cambio de nada. Y, lo más importante: me enseñó cómo era él y me hizo querer ser como él.
     Indudablemente, me refiero a mi entrañable maestro de Lógica.
Artemio Gandez
                                                                                                                                 Grupo 510


Un segundo hogar


Prepa 3… Una preparatoria de la UNAM, un recinto de enseñanza y también un segundo hogar. 
Prepa grande, Prepa imponente, Prepa nueva, Prepa guapa, con tantas ganas de avanzar y con miles de historias por contar.
Por aciertos, deseos o, a veces, mala suerte, llegamos aquí. Tres años hemos vivido en este sitio, cuatro y cinco algunos otros, pero finalmente aquí forjamos el futuro de un ideal. Llegamos de mañana y, por el simple gusto de estar en este espacio tan familiar, dormimos en pastos y  en la cafetería comemos cuernitos o unos merecidos tacos Alexis que a las 2:30 p. m. el estómago reclama como propio.
Conseguimos amigos de toda la vida, quizá un amor de año escolar, de verano o de periodo, miles de aventuras, una que otra sanción y multas de biblioteca. Emprendemos largas carreras de un edificio a otro, solo porque elegimos mal el horario. Sufrimos en los pasillos cinco minutos antes de un examen, mientras vemos algún despreocupado compañero en pleno romance.
 Nos maravillamos por la belleza de nuestras jacarandas y creamos historias alrededor de las palmeras, cantamos, jugamos y realizamos picnics en los pastos. Corremos por las pistas, anticipándonos al extra de Educación física; merodeamos por toda la Prepa en busca de los carteles que anuncian eventos culturales para estar al tanto de lo que sucede.
 Lloramos por un corazón roto en algún rincón del tercer piso, mientras que a nuestro lado celebran un beso más del amor bien merecido.
¿Y qué me dicen de la biblioteca?, esa hermosa biblioteca, cuya tasa de asistencia es mesurada en curso normal, pero en periodos finales, incluso pelear por un libro a golpes es aceptable, o  ¿qué pueden contarme de esa gente amable a quien conoces solo porque no traes un lápiz? O,  de esos otros que demuestran el espíritu universitario cuando, viéndote en problemas por algún trabajo, acuden en tu ayuda como ángeles caídos del cielo.
Porque, finalmente, “de la tarde” o “de la mañana”, de cuarto, de quinto o de sexto, somos parte de una misma institución, una casa grande, grande y verde, que alberga a jóvenes ansiosos por salir y enfrentarse cotidianamente a los retos de la vida urbana.
Yo, como muchos otros, vivo aquí entre clases, amigos, actividades y amores perdidos; como muchos otros, ésta también es mi casa y la cuido y respeto porque, desde mi primera entrada por la puerta principal (esa por la cual todos los días cruzan sueños, ideas, pensamientos y anhelos vestidos de diferentes, originales y sorprendentes maneras), supe que nunca volvería a ser la misma.
Cada profesor, bueno o malo, cada materia y dolor de cabeza, cada compañero, amable u odioso, procedente de colonias cercanas o lugares lejanos, conforman mi vida en la Prepa. Todos tenemos algo en común, somos preparatorianos de la 3, de la “Justo Sierra”, de la Prepa de Eduardo Molina, sí, esa junto al cine…
Y una vez preparatorianos, preparatorianos seremos hasta la muerte.

                                                                                                                                 María del Sol Ríos

                                                                                                                                                   Grupo 507

El túnel


Es una mañana fría, soñoliento voy peleando contras la ganas incesantes de quedarme dormido. Me entretengo viendo los autos que pasan junto al autobús. Recargo la cabeza en la ventana para acomodarme. Mis párpados se cierran, rechinido de llantas, salgo catapultado del asiento justo a tiempo para bajar en la entrada de la Prepa.
      Aire frío, me estremezco,  trato de reconocer algún rostro, nada, solo extraños. Recuerdo que soy el único de mi generación que se quedó en “Justo Sierra”. Camino hacia la entrada, muestro con orgullo mi tira de materias a los vigilantes de la puerta; sigo el camino, un nopal sobresale  entre la hierba, lo esquivo, trato de recordar inútilmente mi semana de introducción. Me pierdo. Desubicado frente al auditorio escarbo en mi mochila para encontrar mi horario, lo desdoblo: encuentro mi primera clase.
     Me introduzco en el cuadro central de la escuela. Ubico los edificios: enormes letras en sus fachadas. Escalo a duras penas las escaleras del prisma marcado con B, vueltas a la derecha -el madrugar hace estragos- me recargo en la pared, intento no dormir, bostezo, camino, tropiezo, una puerta… 
     El show empieza: sube el telón, un carnaval de máscaras me rodea, la tragedia y la comedia se besan, la música suena clara al fondo del foro, los actores se contorsionan, el aire se llena de luces brillantes. La algarabía me embriaga, brinco, siento, canto. El sueño continúa, caigo, me levanto, sigo la pared con las manos, nueva puerta. Resuenan las palabras de una acalorada discusión, el Medievo y el Renacimiento debaten, ambos bandos discuten el origen del universo, el sentido de la vida. Se distraen, me observan extrañados al saber que los veo desde otro tiempo. Lluvia de preguntas, me acosan con interrogantes sin respuesta. Corro desesperado, me estrello: rectángulo verde, un desfile de números sale de la orilla, van formados como soldados, el maestro dirige, giran sumando, se detienen quebrando, algunos despistados apenas se van integrando y el docente les grita que no se aceptan variables; la marcha se vuelve definida, el conjunto se aleja. Los dejo. Sigo a mano diestra, subo de prisa la colina llena de grises escalones. Última parada. Un largo túnel, olor de óleo e incienso, el estruendo corrompe al silencio. Explosión de colores. Me sujeto como puedo, me transformo: tengo la cara de alebrije y el cerebro lleno de conocimiento.
Despierto…Recuerdo dónde estoy… Sonrío: una dama de 90 años me toma de la mano. Salimos del túnel y comienza un camino. Sé que este encuentro me llevará a un lugar muy lejos. Sin duda, el correcto.

Daniel Rêveur

Entre manchas de colores

¡Cuántas historias debe haber en cada aula de prepa 3! Si las paredes hablaran ¿Qué dirían de nosotros? ¿Cuántas cosas habrán visto a través del tiempo? Sin duda, diferentes personas con distinta inspiración y muchísimos trabajos llenos de personalidad y esfuerzo.
     Nunca pensé que en un salón de clase se pudiera escribir una historia tan personal e inesperada. Ese salón fue más que mesas y bancos, fue más que un lugar en dónde apoyarme para hacer obras de arte. En ese espacio imaginé e intenté crear mi propio mundo, lleno de colores y líneas torcidas.
     Siempre me he preguntado ¿quiénes y cómo habrán dejado aquellas manchas en las mesas, qué estarían trabajando? ¿Por qué usaban esos colores? Estoy convencida de que en aquellos salones de pintura se esconden muchos sentimientos, porque pintar es sacar toda la energía que tienes guardada y ser quien quieras ser; es crear un nuevo espacio o un nuevo personaje, es transportarnos sutilmente a ese atardecer que nos inspira… Pintar es un sin fin de emociones.
     La Karla de antes no había encontrado tanto cariño a un pincel como ahora que descubrió la manera perfecta de conectarse consigo misma a través de papel y color.
     Mientras pienso en todos esos secretos que un lugar guarda, recuerdo que tengo un cielo qué terminar: un dibujo que espera por mí y continúo con mis trazos. Mañana, quizá, alguien más se pregunte sobre la huella de mi paso en esta aula.
                                                                                           
                                                                                                                          Karla Paola Choreño
                                                                                                                          Grupo 557


Paseo


Entrando por el vestíbulo, a mano derecha, existe un camino que lleva a uno de los mayores centros sociales de la Prepa. Es el camino de los sueños, las esperanzas y los juegos.
     Al transitar por ahí, se deja el cargamento de presiones, como si cada paso fuera un puerto receptor de consternaciones, pesares desechados por los marineros de la sonrisa.
     Pareciera que este es un paseo a las nubes, porque de regreso a las aulas, nos convertimos en seres que ya no caminan, sino flotan  sintiéndose triunfantes para vencer cualquier  adversidad.
     En efecto, me refiero al camino que lleva a la cafetería: punto de convivio de compañeros y, sobre todo, de anécdotas divertidas que quedarán grabadas en el corazón de ese lugar. Tal vez este pasaje no es muy bonito, ni siquiera panorámico, pero lo que guarda en cada paso que damos es mucho más bello que cualquier jazmín en primavera y tan duradero como la misma eternidad.

                                                                                                                            Aranza Salavarrieta

                                                                                                                            Grupo 507

Una silla vacía


Era extraño, el maestro  de Matemáticas nunca llegaba tarde. Cuando se hacía el cambio de clase él estaba ahí,  siempre puntual, esperando la llegada de los alumnos para dar inicio a  la sesión. Esta vez su lugar estaba vacío.
     El grupo se hallaba alborotado, todos gritaban: ¡Vámonos de aquí! ¡No llegó! En poco tiempo el salón se fue quedando vacío; grupos de amigos se alejaban, mientras organizaban planes para sus horas libres. Yo me quedé ahí  leyendo, pero un retortijón en mi estómago me hizo ir a la cafetería por algo de comer.
     En el  camino me encontré a mis amigos de 4°: “Happy”, Toño y Yahir. El hambre, la música y el tiempo libre serían una buena combinación para descansar.  Pudimos haber ido al cine o a las maquinitas de las plazas cercanas a la escuela, pero, en lugar de eso, comenzamos a compartir nuestra comida, caminamos juntos y de pronto nos encontramos hablando de nosotros, de la escuela y del tiempo.
     Entre las canchas de básquetbol y la pista de atletismo, nos sentamos. “Happy” comenzó a tocar  con su guitarra algunas canciones de su propio ingenio y otras de algunas bandas de música que a ellos les gustaban. Poco a poco la guitarra y la voz se fueron apagando para dar lugar a charlas del futuro, del presente y, muy nostálgicamente,  del pasado. Entre ellos había un futuro físico, un periodista, un artista y alguien lleno de incertidumbre acerca de su futuro.
     Mientras hablaban de tantos maestros de la escuela, la añoranza salió a flote; cómo se extrañaba aquel grupo de 4°, los reencuentros de secundaria, los horarios que hacían mover al grupo por toda la escuela. Comenzamos a reír recordando aquellas clases de Dibujo y cómo cada uno pretendía ser un artista, las clases de Informática intentando comprender códigos y programas, las diversas clases de Estética-Artística en las que salían a flote los toques de músico, pintor o actor, y las clases de Educación Física donde todos competíamos para ver quién era el mejor.
     El tiempo de descanso había acabado, cada uno de nosotros tenía que regresar a su respectivo salón, cuántas cosas habíamos vivido, cuántas queríamos decir, pero el tiempo transcurría y teníamos que continuar con nuestras clases, para seguir viviendo, para seguir soñando. Nos despedimos con un “hasta pronto”,  esperando encontrarnos una vez más para volver hablar del pasado y  revivir lo que va quedando atrás.
                                                                                  
                                                                                                             Marcos Rubín García

                                                                                                             Grupo 661