domingo, 22 de marzo de 2015

Segundo Encuentro en Gaceta UNAM

Así se difundió el Segundo Encuentro de Estudiantes de Bachillerato que Escriben en Gaceta UNAM
Estamos muy contentos por este logro, ya que es un medio para seguir alentando y apoyando a los jóvenes escritores.


Segundo Encuentro de Estudiantes de Bachillerato que Escriben

El pasado 26 y 27 de febrero del año en curso se llevó a cabo en las instalaciones de nuestro plantel el Segundo Encuentro de Estudiantes de Bachillerato que Escriben. 
Las imágenes aquí presentadas son una muestra clara del trabajo realizado y de la motivación de los estudiantes, quienes presentaron ponencias de gran interés sobre temas relacionados con la escritura, la literatura y otras artes. Tuvimos la participación de alumnos del plantel, además de egresados que actualmente estudian en distintas Facultades de la UNAM, así como alumnos de Escuelas del Sistema Incorporado. 
¡Muchas  gracias por su presencia y colaboración! Fue una experiencia extraordinaria donde brilló el talento de nuestros jóvenes escritores y en donde grandes personalidades nos compartieron su amor por la literatura (Los escritores Antonio Malpica, Juan Domingo Argüelles, Montserrat Pérez Bonfil, David Alexir Ledesma Feregrino, y el reconocido investigador Lauro Zavala).


Carroña

Soy soledad, humo y penuria,
la inocencia perdida entre lobos,
soy seda rasgándose en las garras del deseo,
un poco de luz, un poco de sombra.

Muriendo estoy,
confiado en la bondad de extraños.
Observo al buitre ascender a luz de luna.
¡Sálvame de esta ciudad de carroña!

He visto el mundo,
lo he visto todo.
Los diamantes alumbran la noche.
No me entristezcas,
brillantes y rotos son los sueños de ciudad,
¡Oh, Dios mío! Estoy cayendo.

Un ángel era yo,
ahora estoy muriendo.
Soy soledad, humo y sangre,
soy carroña.

Diego Eduardo Ibarra Sánchez 

Alma

Alma, ¿Qué se piensa el alma tuya?
Si es que un alma tienes, desalmada.
Si tan amada sos del cuerpo mío,
¡Qué lío, que te encuentres tan lejana!

Alma, si es que sos cuerpo de tu alma,
y esta, a su vez guarda la suya,
¿tuya cuál resulta? Desdichada.      
¿Cuál de todas ellas es la mía?

Alma, si alma tienes y alma tu alma,
cédeme una de ellas, infinita.

Luis Fernando Martínez Alva

Límite

Brillante luz en la nada extinta,
flor de pantano en turbulencia marchita,
amable demonio,
mientras aparta la vista,
pierde la fe buscando justicia.
Risa de manantial aislada,
hermosa canción no cantada.
Existo y no existo entre cenizas
de mi luz apagada,
cantando las veces que fui todo
y ahora soy nada.


Rebeca Sofía Mora Laureano

Proclama Costeña

Ni en cuna de oro
Ni en cuna de paja,
más fortuna la mía:
fui arrullado en hoja de palma.
En mis mañanas porteñas
me calza la arena
y me besa la brisa,
vigilan mis pasos las olas.
Soy canela tallada por el sol.
He pescado sirenas con mi boca.
Guardián de recuerdos
y de mi propio calor.


César Emilio Rosales Cruz 

Todo en ti…

I.
Tú representas la cadena eterna de las cosas,
el mudo  palpitar de las estrellas,
el inolvidable misterio de la vida,
la perenne posesión de un instante prisionero.

Mi alma deslumbrada, te adora y se arrodilla
ante la deslumbrante plenitud de tu persona
y en místico arrebato exclama embelesada:
Vita no es un sueño, Vita es un milagro.

II.
Soy una errata.
Necesito una fe.
Miro una sonrisa corroída             es tuya.
Inquisidora de  algo                                   y no sabe de qué.
Dedicada a aprobar existencias  que no son las mías
Cogito ergo NO sum.

                                         Zianya Pamela Flores Hernández

El ciclo de los sueños

Esta soledad ahorca,
apaga notas ácidas en un susurro
de sábanas envejecidas,
exhala sus horas
como granos de sal sabor noche
sobre el llanto de las cobijas.
Esta soledad es como un péndulo,
agita el firmamento
de obscuridad intermitente.
Los sueños se evaporan,
el cielo es lejano como tu silueta,
pasajero
como esta catalepsia
de sombras desapercibidas,
por eso descienden,
provocan lloviznas subterráneas.
Esta soledad tremenda
mancha el paraíso y el nirvana,
reside bajo cuevas,
busca aromas transparentes en mis dedos.
Es un ocio buscarle clavijas a la luna,
componer baladas con truenos de nylon,
pintarlas para que suenen a blues.
Los sueños se condensan,
¡tanta frialdad contraída en el instante,
tanto magnetismo!,
pero el espacio persiste,
kilómetros de necedad extrema.
En esta soledad tan esporádica,
de implosiones y big crunge,
me siento paranoico.
Demencia de perro abandonado
que en voces ajenas
piensa escuchar el llamado de su amo,
angustia de niño perdido,
de piel flagelada,
ansiedad esquizofrénica.
¡Ay!, esta soledad que viene y va
con sus cuatro paredes y su tragaluz,
infinita
como la obscuridad derrumbada sobre mi faz.
Los sueños se aglomeran,
llueven
               ascienden
                                    crujen
y se encharcan en el cielo.
            

                          Christian Uriel Jiménez Flores

Soy

Soy la base del pilar donde bebí tus notas,
manantial tímido que ya no mira,
temeroso de las hiedras en mi voz.
Soy la tierra que anheló tus lágrimas,
trocito de nostalgia
aferrado a su fuente natal.
Soy el desconcierto de las horas
que busca arrepentido tu sonrisa.


Christian Uriel Jiménez Flores

Sobre la propiedad de las calles

Esa mañana, al abrir la puerta, la calle no estaba.
Culparon a los rebeldes, a las empresas, al Estado.
Hablaban de un ladrón de calles, otras colonias habían sido víctimas.
Imposible iniciar la jornada.
Decidieron salir así, sin calle.
Revelación: los carros eran los verdaderos ladrones.
Esa mañana caminaron. Sintieron, con cada paso, recuperar las calles.


Christian Uriel Jiménez Flores

Aliciente a un adiós

Tú y yo,
que no es lo mismo que nosotros,
dimos el último suspiro el mismo día
que Julio Scherer.
La voz de un pueblo se apagó (¿…?)
al mismo tiempo que esta mentira.
Hay mentiras que valen la pena (¿…?)
Pero quedó la semilla
de un mundo donde quepan otros mundos,
donde quepamos tú y yo
y los raramuris que son más que aretes,
y todos los Carlos y Carlos
y los tzotziles
y todas las Marianas y Mariana
y los marginales,
y los rezagados de la historia
y las mujeres, que siempre han estado ahí,
pero nunca han sido escuchadas,
y todas las Anas
y todas las yuyinas;
con toda la carga que conlleva,
ésta, nuestra condición humana
con todos sus aciertos
y contradicciones,
con toda la rabia y la alegría.
Queda como siempre
la esperanza, con esa espera
que la hace tan odiosa.
La esperanza de que se puede amar
vivir, crecer en armonía, dignidad,
equidad.
Y nuestros actos,
absurdamente contradictorios.
Ahí radica esta esperancita
que el mundo me da
que no sé dónde está
ni de dónde surge, pero se siente.
                      
                         Ana Beatriz Carranza Leyv

Cronofobia

Conocí a muchos poetas en libros,
yo era una niña
andaba a la caza
de esos nocturnos,
aéreos seres
que se hacen llamar escritores;
los guardé en mi alborotada cabeza,
me fui llenando rápidamente
de palabras que hice mías,
pinturas que pude sentir
bajo mi generosa,
frutal
y nueva piel.

Conocí a mucho poetas en tabernas,
guardé  todas sus notas
en mi humidificada boca,
las caricias se tatuaron en  mi cuerpo.
Me deshicieron.
Me hicieron
poema,
amante,
desconocida,
me hicieron primavera,
invierno,
me hicieron inocente
y sabia.

En los últimos estragos del temblor,
uno de ellos,
viéndome de lado
en el mismo colchón,
me miró
y murmuró algo parecido a un suspiro,
“te daré un buen consejo:
no envejezcas”.

Después de esa noche,
he podido notar,
el idilio que tiene el tiempo
sobre las líneas de mi piel.
         
                              
                        Ana Beatriz Carranza Leyva

Catarsis

Catarsis,
y un año mal escrito,
el vitral de mi alma se cae a pedazos,
todo se cae en las ruinas de mí:
El pensamiento filosófico en México,
mi falta de pertenencia,
los libros sin regresar de la biblioteca,
Joan Manuel Serrat y sus canciones
que he aprendido de memoria,
Carlos saliendo con otra mujer,
mi venganza,
mi venganza a Carlos dejándome por otra mujer,
yo nunca podré ser ese tipo de mujer.
Todo cae encima,
no puedo moverme, ni respirar,
lloro,
me desarmo a gotas en la calle
me hago verso,
      soy un huracán
      nacido  de lágrimas,
      poemas, copias, años
       y libros rotos.
       Silencio.
       Me hago tenue,
        casi invisible,
        me busco sin respuesta.
        No estoy en ningún lugar,
        no me reflejo en el espejo.
        Veo cómo se agrietan mis
        pechos,
        estoy profundamente rota,
        soy Bukowski sin Chinaski
        y otro poema
       de otro poeta
     que es un Páramo sin Pedro.

       Ana Beatriz Carranza Leyva

Girasol

Girasol
gira todo, giro yo
girasol,
gira el recuerdo,
el beso impregnado en el vientre,
gira el sol, gira la luna,
gira el libro de Altazor,
no para,
cae la noche sobre el colchón,
marchito el corazón
girasol
gira en la boca todo este alcohol
bailemos la decepción,
giras tú, giro yo,
giran los gritos
de placer y de dolor,
giro yo,
mi primera deserción,
girasol,
vamos por más alcohol.

Ana Beatriz Carranza Leyva

Epifanía de una nueva piel

Mi vello corporal crece,
a la par de mi ideas,
mis piernas y mi mente se estiran,
me vuelo enorme,
rompo el techo, las ventanas,
no tengo cabida en el salón de clases,
ni en la escuela,
mucho menos en mi cuarto,
ni en la vida de Carlos.
Me vuelvo grande, inmensa,
las ideas salen de mí como mariposas tornasol,
y mi vello crece, mi cabello crece,
mi sexo de mujer crece
y todo lo que me lastimaba.
se vuelve absurdamente pequeño,
hoy el mundo orbita
en torno al dedo meñique de mi mano.


Ana Beatriz Carranza Leyva

Sueño inocente

(Primer lugar en el Concurso Interpreparatoriano de Poesía 2015, etapa local)

Una lágrima corre por mi mejilla,
donde sólo tú eres navegante.
No te detengas, faltan dos lunares más
y encontrarás el mar.

Y una vez ahí,
adéntrate a profundidades
donde nadie ha llegado;
mi cuerpo es el mapa,
mis labios tu timón,
mi ombligo la brújula,
tus dedos, pinceles en mi espalda.

Escala con tus labios las montañas
crecidas en los huesos de mis caderas.
Quédate esta noche,
finjámonos amantes,
que tus besos crezcan como trigo en las praderas.
Si después de esta travesía,
quedas exhausto
y me niegas tu mirada,
hazme un favor:
al despertar,
deja el recuerdo intacto,
en silencio
 despréndete de mí.
Busca otro inocente territorio.

Gerardo Alberto Colín Ávila

Contar historias

(taller de guion en San Antonio de los Baños, Cuba)
Gabriel García Márquez

Empiezo por decirles que esto de los talleres se me ha convertido en un vicio. Yo lo único que he querido hacer en mi vida -y lo único que he hecho más o menos bien- es contar historias. Pero nunca imaginé que fuera tan divertido contarlas colectivamente. Les confieso que para mí la estirpe de los griots, de los cuenteros, de esos venerables ancianos que recitan apólogos y dudosas aventuras de Las mil y una noches en los zocos marroquíes, esa estirpe, es la única que no está condenada a cien años de soledad ni a sufrir la maldición de Babel. Era una lástima que nuestro esfuerzo quedara confinado a estas cuatro paredes, a los contados participantes de uno u otro taller. Bueno, les anuncio que muy pronto romperemos el cascarón. Nuestras reflexiones y discusiones, que hemos tenido el cuidado de grabar, se transcribirán y serán publicadas en libro, el primero de los cuales se titulará Cómo se cuenta un cuento. Muchos lectores podrán compartir entonces nuestras búsquedas y además nosotros mismos, gracias a la letra impresa, podremos seguir paso a paso el proceso creador con sus saltos repentinos o sus minúsculos avances y retrocesos.
Hasta ahora me había parecido difícil, por no decir imposible, observar en detalle los caprichosos vaivenes de la imaginación, sorprender el momento exacto en que surge una idea, como el cazador que descubre de pronto en la mirilla de su fusil el instante preciso en que salta la liebre. Pero con el texto delante creo que será fácil hacer eso. Uno podrá volver atrás y decir: “Aquí mismo fue”. Porque uno se dará cuenta de que a partir de ahí -de esa pregunta, ese comentario, esa inesperada sugerencia- fue cuando la historia dio un vuelco, tomó forma y se encauzó definitivamente.
Una de las confusiones más frecuentes, en cuanto al propósito del taller, consiste en creer que venimos aquí a escribir guiones o proyectos de guion. Es natural. Casi todos ustedes son o quieren ser guionistas, escriben o aspiran a escribir para la televisión y el cine, y como esto es una escuela de cine y televisión, precisamente, es lógico que al llegar aquí mantengan los hábitos mentales del oficio. Siguen pensando en términos de imagen, estructuras dramáticas, escenas y secuencias, ¿no es así? Pues bien: olvídenlo. Estamos aquí para contar historias. Lo que nos interesa aprender aquí es cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin embargo, hablando con entera franqueza, si eso es algo que se pueda aprender. No quisiera descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no, así como, en un sentido más amplio, se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal, o, si la expresión les parece grosera, entre los que obran bien y los que obran mal, para usar un piadoso eufemismo mexicano. Lo que quiero decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien sólo tiene la aptitud pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura, técnica, experiencia... Eso sí: posee lo principal. Es algo que recibió de la familia, probablemente no sé si por la vía de los genes o de las conversaciones de sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. Yo mismo, para no ir más lejos, soy incapaz de pensar en términos abstractos. De pronto me preguntan en una entrevista cómo veo el problema de la capa de ozono o qué factores, a mi juicio, determinarán el curso de la política latinoamericana en los próximos años, y lo único que se me ocurre es contarles un cuento. Por suerte, ahora se me hace mucho más fácil, porque además de la vocación tengo la experiencia y cada vez logro condensarlos más y por tanto aburrir menos.
La mitad de los cuentos con que inicié mi formación se los escuché a mi madre. Ella tiene ahora ochenta y siete años y nunca oyó hablar de discursos literarios, ni de técnicas narrativas, ni de nada de eso, pero sabía preparar un golpe de efecto, guardarse un as en la manga mejor que los magos que sacan pañuelitos y conejos del sombrero. Recuerdo cierta vez que estaba contándonos algo, y después de mencionar a un tipo que no tenía nada que ver con el asunto, prosiguió su cuento tan campante, sin volver a hablar de él, hasta que casi llegando al final, ¡paff!, de nuevo el tipo -ahora en primer plano, por decirlo así-, y todo el mundo boquiabierto, y yo preguntándome, ¿dónde habrá aprendido mi madre esa técnica, que a uno le toma toda una vida aprender? Para mí, las historias son como juguetes y armarlas de una forma u otra es como un juego. Creo que si a un niño lo pusieran ante un grupo de juguetes con características distintas, empezaría jugando con todos pero al final se quedaría con uno. Ese uno sería la expresión de sus aptitudes y su vocación. Si se dieran las condiciones para que el talento se desarrollara a lo largo de toda una vida, estaríamos descubriendo uno de los secretos de la felicidad y la longevidad. El día que descubrí que lo único que realmente me gustaba era contar historias, me propuse hacer todo lo necesario para satisfacer ese deseo. Me dije: esto es lo mío, nada ni nadie me obligará a dedicarme a otra cosa. No se imaginan ustedes la cantidad de trucos, marrullerías, trampas y mentiras que tuve que hacer durante mis años de estudiante para llegar a ser escritor, para poder seguir mi camino, porque lo que querían era meterme a la fuerza por otro lado. Llegué inclusive a ser un gran estudiante para que me dejaran tranquilo y poder seguir leyendo poesías y novelas, que era lo que a mí me interesaba. Al final del cuarto año de bachillerato -un poco tarde, por cierto- descubrí una cosa importantísima, y es que si uno pone atención a la clase después no tiene que estudiar ni estar con la angustia permanente de las preguntas y los exámenes. A esa edad, cuando uno se concentra lo absorbe todo como una esponja. Cuando me di cuenta de eso hice dos años -el cuarto y el quinto- con calificaciones máximas en todo. Me exhibían como un genio, el joven de 5 en todo, y a nadie le pasaba por la cabeza que eso yo lo hacía para no tener que estudiar y seguir metido en mis asuntos. Yo sabía muy bien lo que me traía entre manos.
Modestamente, me considero el hombre más libre del mundo -en la medida en que no estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a haber hecho durante toda la vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos amigos y seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal vez la de los amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la ducha y, mientras me enjabono, me cuento a mí mismo una idea que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios días... Es decir, padezco de la bendita manía de contar. Y me pregunto: esa manía, ¿se puede trasmitir? ¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias, mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia una determinada situación o incluyó un nuevo personaje... ¿No es eso lo que hacen también los escritores cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: “Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá...” En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago. La técnica, el oficio, los trucos son cosas que se pueden enseñar y de las que un estudiante puede sacar buen provecho. Y eso es todo lo que quiero que hagamos en el taller: intercambiar experiencias, jugar a inventar historias, y en el ínterin ir elaborando las reglas del juego.
Éste es el sitio ideal para intentarlo. En una cátedra de literatura, con un señor sentado allá arriba soltando imperturbable un rollo teórico, no se aprenden los secretos del escritor. El único modo de aprenderlos es leyendo y trabajando en taller. Es aquí donde uno ve con sus propios ojos cómo crece una historia, cómo se va descartando lo superfluo, cómo se abre de pronto un camino donde sólo parecía haber un callejón sin salida... Por eso no deben traerse aquí historias muy complejas o elaboradas, porque la gracia del asunto consiste en partir de una simple propuesta, no cuajada todavía, y ver si entre todos somos capaces de convertirla en una historia que, a su vez, pueda servir de base a un guion televisivo o cinematográfico. A las historias para largometrajes hay que dedicarles un tiempo del que ahora no disponemos. La experiencia nos dice que las historias sencillas, para cortos o mediometrajes, son las que mejor funcionan en el taller. Le dan al trabajo una dinámica especial. Ayudan a conjurar uno de los mayores peligros que nos acechan, que es la fatiga y el estancamiento. Tenemos que esforzarnos para que nuestras sesiones de trabajo sean realmente productivas. A veces se habla mucho pero se produce poco. Y nuestro tiempo es demasiado escaso y por tanto demasiado valioso para malgastarlo en charlatanerías. Eso no quiere decir que vayamos a sofocar la imaginación, entre otras cosas porque aquí funciona también el principio del brain-storming hasta los disparates que se le ocurren a uno deben tomarse en cuenta porque a veces, con un simple giro, dan paso a soluciones muy imaginativas.
No se concibe al participante de un taller que no sea receptivo a la crítica. Esto es una operación de toma y daca, hay que estar dispuesto a dar golpes y a recibirlos. ¿Dónde está la frontera entre lo permisible y lo inaceptable? Nadie lo sabe. Uno mismo la fija. Por lo pronto uno tiene que tener muy claro cuál es la historia que quiere contar. Partiendo de ahí, tiene que estar dispuesto a luchar por ella con uñas y dientes, o bien, llegado el caso, ser suficientemente flexible y reconocer que tal como uno la imagina, la historia no tiene posibilidades de desarrollo, por lo menos a través del lenguaje audiovisual. Esa mezcla de intransigencia y flexibilidad suele manifestarse en todo lo que uno hace, aunque a menudo adopte formas distintas. Yo, por ejemplo considero que los oficios de novelista y de guionista son radicalmente diferentes. Cuando estoy escribiendo una novela me atrinchero en mi mundo y no comparto nada con nadie. Soy de una arrogancia, una prepotencia y una vanidad absolutas. ¿Por qué? Porque creo que es la única manera que tengo de proteger al feto, de garantizar que se desarrolle como lo concebí. Ahora bien, cuando termino o considero casi terminada una primera versión, siento la necesidad de oír algunas opiniones y les paso los originales a unos pocos amigos. Son amigos de muchos años, en cuyos criterios confío y a quienes pido, por tanto, que sean los primeros lectores de mis obras. Confío en ellos no porque acostumbren a celebrarlas diciendo qué bien, qué maravilla, sino porque me dicen francamente qué encuentran mal, qué defectos les ven, y sólo con eso me prestan un enorme servicio. Los amigos que sólo ven virtudes en lo que escribo podrán leerme con más calma cuando ya el libro esté editado; los que son capaces de ver también defectos, y de señalármelos, ésos son los lectores que necesito antes. Claro que siempre me reservo el derecho de aceptar o no las críticas, pero lo cierto es que no suelo prescindir de ellas.
Bueno, ese es el retrato del novelista ante sus críticos. El del guionista es muy diferente. Para nada se necesita más humildad en este mundo que para ejercer con dignidad el oficio de guionista. Se trata de un trabajo creador que es también un trabajo subalterno. Desde que uno empieza a escribir sabe que esa historia, una vez terminada, y sobre todo, una vez filmada, ya no será suya. Uno recibirá un crédito en pantalla, cierto -casi siempre mezclado con solícitos colaboradores, incluido el propio director- pero el texto que uno escribió ya se habrá diluido en un conjunto de sonidos e imágenes elaborado por otros, los miembros del equipo. El gran caníbal es siempre el director, que se apropia de la historia, se identifica con ella y le mete todo su talento y su oficio y sus huevos para que se convierta finalmente en la película que vamos a ver. Es él quien impone el punto de vista definitivo, y en ese sentido es mucho más autoritario que los guionistas y los narradores. Yo creo que quien lee una novela es más libre que quien ve una película. El lector de novelas se imagina las cosas como quiere -rostros, ambientes, paisajes...- mientras que el espectador de cine o el televidente no tiene más remedio que aceptar la imagen que le muestra la pantalla, en un tipo de comunicación tan impositiva que no deja margen a las opciones personales. ¿Saben ustedes por qué no permito que Cien años de soledad se lleve al cine? Porque quiero respetar la inventiva del lector, su soberano derecho a imaginar la cara de la tía Úrsula o del Coronel como le venga en gana.
Pero, en fin, me he alejado bastante del tema, que no es ni siquiera el trabajo del guionista, sino lo que podemos hacer para seguir alimentando la manía de contar, que todos padecemos en mayor o menor grado. Por lo pronto, tenemos que concentrar nuestras energías en los debates del taller. Alguien me preguntó si no sería posible matar dos pájaros de un tiro asistiendo por las mañanas al taller de fotografía submarina que se está realizando aquí mismo, y le contesté que no me parecía una buena idea. Si uno quiere ser escritor tiene que estar dispuesto a serlo veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco días del año. ¿Quién fue el que dijo aquello de que si me llega la inspiración me encontrará escribiendo? Ése sabía lo que decía. Los diletantes pueden darse el lujo de mariposear, de pasarse la vida saltando de una cosa a otra sin ahondar en ninguna, pero nosotros no. El nuestro es un oficio de galeotes, no de diletantes.