Conocí a muchos
poetas en libros,
yo era una niña
andaba a la caza
de esos nocturnos,
aéreos seres
que se hacen llamar
escritores;
los guardé en mi alborotada cabeza,
me fui llenando
rápidamente
de palabras que hice
mías,
pinturas que pude
sentir
bajo mi generosa,
frutal
y nueva piel.
Conocí a mucho poetas
en tabernas,
guardé todas
sus notas
en mi humidificada
boca,
las caricias se
tatuaron en mi cuerpo.
Me deshicieron.
Me hicieron
poema,
amante,
desconocida,
me hicieron
primavera,
invierno,
me hicieron inocente
y sabia.
En los últimos
estragos del temblor,
uno de ellos,
viéndome de lado
en el mismo colchón,
me miró
y murmuró algo
parecido a un suspiro,
“te daré un buen
consejo:
no envejezcas”.
Después de esa noche,
he podido notar,
el idilio que tiene
el tiempo
sobre las líneas de
mi piel.
Ana Beatriz Carranza Leyva