Ocho
de la mañana, se veía mucho movimiento en el vecindario. El señor Ramírez apresuraba a su esposa para no llegar tarde
al trabajo y los niños más pequeños eran jalados de la mano por su madre para
que no se quedaran dormidos a mitad de camino a la escuela.
―Tengo
algún tiempo de sobra ―pensé.
Era
muy temprano y yo comenzaba mis clases a las once de la mañana. Así que
continué observando por mi ventana a mis vecinos que cumplían su rutina como
cada lunes.
Noté
que la casa que llevaba ya algunos meses desocupada estaba siendo invadida por
dos camiones de mudanza y una Jeep Grand Cherokee; era muy raro ver ese
tipo de camionetas cerca del vecindario, pues no existían familias con dinero
suficiente para un lujo así; concluí que era una joven pareja que buscaba
únicamente un hogar temporal mientras encontraban algo mejor, pero me tragué
mis palabras cuando de esa camioneta vi
bajar a una joven de entre 17 y 19 años
de edad. Era verdaderamente hermosa, aproximadamente 1.63 m. de estatura, tez
blanca, esbelta, y en su cabello lucía
un tono rubio cenizo muy hermoso. En el momento en que la vi, supe que sería
ella la protagonista de todas las historias que mi cabeza generaría cada
mañana.
Era un hecho el deseo de conocerla, su belleza
me tenía anonadado y tan fuera de la realidad que di un brinco cuando sonó el
estruendoso tono de mi teléfono despertándome del sueño en el que esa esa chica
me había dejado. Tomé el teléfono y vi
que una amiga mía me estaba llamando,
contesté y muy exaltada me dijo: “¡El trabajo!, ¡Carlos, olvidamos el
trabajo!”; no comprendía a qué se refería, tal vez aún seguía en aquel trance;
inmediatamente pregunté de qué hablaba,
a lo que ella respondió bastante molesta que reprobaríamos el año por
aquel trabajo tan importante,
¡Pero
cómo fui a olvidarlo!, Seguro esta vez todo está perdido, -pensé, levanté mi teléfono, miré la hora y eran
exactamente las diez de la mañana. ¡Vaya! Pero qué rápido ha transcurrido el
tiempo y yo que no sentí pasar los minutos.
Actué como loco, me metí a bañar e impuse un récord. Estuve bañado y listo para la escuela en tan solo veinte minutos, lo cual me pareció perfecto porque me quedaban treinta minutos más para hacer mi trabajo, así que encendí mi computadora y comencé a investigar.
Actué como loco, me metí a bañar e impuse un récord. Estuve bañado y listo para la escuela en tan solo veinte minutos, lo cual me pareció perfecto porque me quedaban treinta minutos más para hacer mi trabajo, así que encendí mi computadora y comencé a investigar.
“Reacción
exotérmica” - leí– “Se denomina reacción exotérmica a cualquier reacción
química que desprenda energía, ya sea como luz o”… ¡Luz!... claro, luz, quizá
eso era lo que la hacía ver tan hermosa esta mañana: la luz que impactaba en su
rostro y que hacía brillar cada uno de sus dorados cabellos –pensé. Me percaté
del tiempo que perdía, volví a mirar mi reloj y solo tenía cinco minutos. Copié
y pegué cualquier cosa que al inicio me parecía importante para terminar en
cinco minutos mi trabajo de dos semanas. Actué lo más rápido posible, imprimí y
corrí a la escuela.
Se
me volvió costumbre regresar a mi casa con urgencia de tomar lugar cerca de mi
ventana y observar su sombra moverse a través de cada habitación. No podía evitar inspeccionar de lejos a cada
persona que iba a visitarla.
Después
de pasar algunos días observándola, descubrí que ella vendía a las personas lo que podemos llamarle “felicidad engrapada”; a diario y a todas
horas veía a jóvenes, señoras y señores
que iban desde los 13 hasta los 70 años de edad, incluso los policías del
barrio, Carrillo y Velázquez, la visitaban cada semana. Ella los recibía con
esos gestos tan peculiares que poseía, esa enorme sonrisa y bellísima mirada;
se mostraba encantada con su trabajo, pero no era su única actividad: Cada tres noches, en un
horario que oscilaba entre las doce y
las tres de la madrugada., llegaban a su puerta
dos camionetas enormes y muy lujosas de las que bajaban dos
sujetos cuyo aspecto intimidaría a cualquiera. Miraba por mi ventana tratando de descifrar
el motivo de su visita, dirigía mis ojos a su puerta pues sabía que ella
estaría ahí, cubierta apenas por una diminuta bata de satín, mostrando sus
gestos más pícaros, esperando que aquellos tipos de aspecto intimidante,
bajaran de sus enormes camionetas. Al principio me confundía un poco ese
escenario hasta que comprendí que aquella casa se convertía en un “casino”
donde ella era el “premio mayor” que cualquiera de aquellos dos podía poseer
por esa noche.
El
tiempo transcurría y el interés por saber sobre esas actividades crecía, en
poco tiempo logré aprenderme los horarios y la frecuencia con la que ocurrían.
Cada
quince días aquellos mastodontes llegaban con un fin distinto, lo supe porque
con ellos venía una “visita
especial” que comúnmente venía cubierta
de la cabeza y con las manos esposadas. Era algo estremecedor ver tal
espectáculo, me parecía impactante notar la práctica que aquel grupillo tenía
para que en un tiempo máximo de treinta segundos aquella visita se encontrara
dentro de la casa. Poco podía notarse de cada acción que realizaban después en
aquel lugar.
Tenía
miles de imágenes en mi cabeza, me preguntaba qué pasaba, ¿habrá intentado
huir?, ¿y si lo golpearon?, ¿seguirá vivo?,
por mucho que intentara saber que sucedía, no lo lograba pues aquellas cortinas eran lo
suficientemente gruesas para mostrar sombras después de determinada distancia.
Mis pensamientos me
atormentaban y el miedo me consumía. No podía creerlo. ¿Y si pido ayuda? Sin
hacer mucho ruido me acerqué a mi teléfono y comencé a marcar, tenía demasiadas
ideas en mi cabeza; las dudas me invadían y el miedo me comía vivo, no estaba
lidiando solo con unas cuantas personas que distribuyen hierba seca, esto era
algo más serio y muchas vidas dependían de ello, pero ¿y mi familia?, ¿qué
sucedería si descubrían quién los delato? No querrían dejar cabos sueltos, y mi
familia podría pagar por ello. Era un
hecho, el miedo se había apoderado de mí; logré escuchar a la operadora
decirme: “Señor, ¿cuál es su emergencia?”, y enseguida colgué. Me senté en la
cama limpiándome las lágrimas y abrazando con fuerza mi almohada, intenté
dormir pero me era imposible con tales imágenes en mi cabeza, no podía
imaginarla realizando tales actos, con semejante cara de ángel.
Rara era la ocasión en la
que me quedaba dormido algunos minutos, mi conciencia no me dejaba tranquilo y
provocaba sueños tan aterradores que me despertaba exaltado.
Después
de algunas horas aquellos dos tipos
salían de la casa con una bolsa negra, amorfa y aparentemente pesada, la que
aventaban a la cajuela del auto rápidamente, como si de cascajo se tratara. No
perdían tiempo en despedidas, subían a sus camionetas y desaparecían de ahí.
Pasaban
unas horas antes de que ella abriera de nuevo sus ventanas y comenzara
nuevamente sus actividades como si nada hubiese ocurrido esa noche, para mí era
imposible creer que ella atentaría contra alguien, yo la creía inocente incluso
cuando podía ver a través de mi ventana con cuanta facilidad podía seducir a
los hombres y obtener lo que ella
quisiera.
El
tiempo pasaba como siempre, sin esperar a nadie. Pero hubo una noche que jamás
saldrá de mi mente.
Aquella
tarde habían pasado los oficiales Carrillo y Velázquez, como cada semana, por
su mercancía, pero esta vez algo raro ocurría. Ella se veía molesta. Pude notar
que muy alterada les dijo algunas palabras y les cerró la puerta en la cara.
Los policías desaprobaron aquella reacción. Sin embargo, optaron por no “dar de
que hablar”; uno de ellos se acercó al auto, tomó una hoja, escribió algo y la
arrojó debajo de la puerta. Esa situación me tenía intrigado, mi curiosidad me
obligó a no separarme de mi ventana. Pasaban las horas y creí que no habría
sido algo de cuidado, pues no la había visto salir de su casa otra vez ni
asomarse a su ventana. El sueño me venció y decidí meterme en la cama. Me disponía
a levantarme cuando escuché el freno de un carro. De un salto regresé a mi
puesto de vigilancia y noté que había llegado una camioneta.
Bajaron
dos sujetos y de un golpe abrieron la puerta de la casa, entraron rápidamente,
minutos después salieron cargados con la famosa bolsa negra, y más rápido que
un suspiro desaparecieron a lo largo de la calle.
Después
todo quedó en silencio.
En
vano continué esperando en mi ventana. Nunca más volví a verla.
Aquella
noche me di cuenta de que aquel ángel tenía un hermoso rostro, pero carecía de
alas.
María
Belén Muñoz López