¿Una
gran explosión? ¿Un plano secuencia? ¿Un monólogo al estilo Woody Allen? ¿Cómo sería el mejor inicio para un guion? ―Se
pregunta el pequeño Mario mientras medita. Él no suele leer mucho, por eso basa
sus ideas en las viejas películas que ve en casa.
Despierta
una madrugada después de girar sobre su propio eje en la cama durante lo que
parece una eternidad. Llega a la conclusión de que no logrará conciliar el
sueño. Medita cada uno de los recuerdos que lo atacan de improviso. Siente un
extraño ambiente aplastando su mente.
Desesperación.
Se
levanta de la cama y busca sus audífonos, los introduce en sus oídos. Ha
perdido ya cualquier esperanza de dormir.
Recurre
al aparato eléctrico de entretenimiento más antiguo: La radio. Trata de
sintonizar algo que no hable de política o deportes, busca hasta toparse con
aquella estación de Jazz que suele salvarlo en situaciones como éstas.
Suena
en sus oídos La Vie en Rose, aquel
clásico de Armstrong que todo el mundo conoce y que tantas veces ha
disfrutado. Se fastidia de lo molesta
que resulta ahora esa melodía.
―Ya
nada suena original, como antes. ¡Qué tristeza perder la capacidad de asombro!
―Piensa.
Sigue
escuchando un par de canciones, mientras mira la pared blanca de su cuarto.
―
¿Qué hacen los contadores de historias, los escritores? ¿Por qué se toman el
tiempo de observar a su alrededor y escribir lo que sienten? ¿Qué los hace
diferentes? ¿Cómo puedo yo lograr la inspiración en un mundo donde todo se ha
agotado?
Totalmente
resignado, decide salir a caminar. Termina por sentarse en una banca del
parque, desde ahí puede escuchar el silbato del tren en la estación más
cercana.
La
gente que pasa, camina rápidamente, como si algo los persiguiera. Todos parecen
tener la misma expresión en el rostro. No es cansancio o enojo, quizá es el
hastío de cargar consigo mismos todos los días. Mario puede verlo y piensa en
la cercanía de tantas personas ignorándose entre sí. Estamos rodeados de
personas que cambiaron sus sueños o disminuyeron sus aspiraciones para alcanzar
la estabilidad, al momento de cargar con la frustración.
Se
levanta y sigue su camino hasta un cruce, entonces imagina una historia tonta
en la que una señalización de tránsito habla con un semáforo:
“―¿Qué
tal ha estado tu día dirigiendo a estos autos?
―Como
de costumbre, creo que tanto humo ha dañado mi ojo amarillo. Otro día en esta
ciudad va a matarme.”
Mario
se siente torpe y se pregunta si habrá alguien más que haga algo parecido.
Después
de eso, un perro se acerca a él, como si esperara algo.
―Por
un momento compartimos nuestra soledad.
Terminado
ese acto de melancolía, Mario abandona al can. Tiene una epifanía en el camino:
Sólo soy yo, un chico. ¿Qué es un chico en la multitud? Si eres bueno en algo
te mezclarán con otros que son buenos también, y todo se morirá. ¿La luna? ¿La
noche? ¿El frío? ¿Quién no ha escrito sobre eso? Un poema al jabón sería más
original.
Todos
creemos que fuimos enviados para borrar la fama de algún artista de años pasados,
que podemos llevar una vida de poeta maldito, una existencia ligera y, al
final, ser recordados por quienes
éramos.
Creemos
que podemos leer y leer, e incluso sacar algunas frases hermosas de nuestras
bocas. Pero nos encontramos atrapados, buscando una identidad que posiblemente
nunca llegue.
Tal
vez podemos ser lo que queramos, o tal vez nunca ser lo que deseamos.
No
somos jóvenes confiados ni seguros, sólo estamos esperando salir del agujero
existencial al que nos hemos lanzado nosotros mismos.
Mario
no se da por vencido a pesar de que sus pensamientos lo han atormentado. Puede
observar los árboles iluminados por la luna, los faros con aspecto viejo que
iluminan la calle. Puede ver esos pequeños círculos que forman las luces de los
autos al ir lejos y las hojas que caen en los charcos creando ondas perfectas.
Mario
cree que algo grande lo espera en el interior de su ser.
Regresa
a su casa, enciende un cigarrillo y su sabor le parece horrible.
―A
nadie le gusta, sólo es una presión social más ―Piensa.
Se
paraliza. La revelación está completa.
Esa
es la imposible inspiración cotidiana, Mario…
Date
cuenta de que nadie es original.
Eder
Soto Flores