Es una mañana fría, soñoliento voy peleando contras la ganas incesantes de quedarme dormido. Me entretengo viendo los autos que pasan junto al autobús. Recargo la cabeza en la ventana para acomodarme. Mis párpados se cierran, rechinido de llantas, salgo catapultado del asiento justo a tiempo para bajar en la entrada de la Prepa.
Aire
frío, me estremezco, trato de reconocer
algún rostro, nada, solo extraños. Recuerdo que soy el único de mi generación
que se quedó en “Justo Sierra”. Camino hacia la entrada, muestro con orgullo mi
tira de materias a los vigilantes de la puerta; sigo el camino, un nopal
sobresale entre la hierba, lo esquivo,
trato de recordar inútilmente mi semana de introducción. Me pierdo. Desubicado
frente al auditorio escarbo en mi mochila para encontrar mi horario, lo
desdoblo: encuentro mi primera clase.
Me introduzco en el cuadro central de la
escuela. Ubico los edificios: enormes letras en sus fachadas. Escalo a duras
penas las escaleras del prisma marcado con B, vueltas a la derecha -el madrugar
hace estragos- me recargo en la pared, intento no dormir, bostezo, camino,
tropiezo, una puerta…
El show empieza: sube el telón, un
carnaval de máscaras me rodea, la tragedia y la comedia se besan, la música
suena clara al fondo del foro, los actores se contorsionan, el aire se llena de
luces brillantes. La algarabía me embriaga, brinco, siento, canto. El sueño
continúa, caigo, me levanto, sigo la pared con las manos, nueva puerta. Resuenan
las palabras de una acalorada discusión, el Medievo y el Renacimiento debaten,
ambos bandos discuten el origen del universo, el sentido de la vida. Se
distraen, me observan extrañados al saber que los veo desde otro tiempo. Lluvia
de preguntas, me acosan con interrogantes sin respuesta. Corro desesperado, me
estrello: rectángulo verde, un desfile de números sale de la orilla, van
formados como soldados, el maestro dirige, giran sumando, se detienen
quebrando, algunos despistados apenas se van integrando y el docente les grita
que no se aceptan variables; la marcha se vuelve definida, el conjunto se
aleja. Los dejo. Sigo a mano diestra, subo de prisa la colina llena de grises
escalones. Última parada. Un largo túnel, olor de óleo e incienso, el estruendo
corrompe al silencio. Explosión de colores. Me sujeto como puedo, me
transformo: tengo la cara de alebrije y
el cerebro lleno de conocimiento.
Despierto…Recuerdo
dónde estoy… Sonrío: una dama de 90 años me toma de la mano. Salimos del túnel
y comienza un camino. Sé que este encuentro me llevará a un lugar muy lejos. Sin
duda, el correcto.
Daniel Rêveur