martes, 30 de julio de 2013

Una silla vacía


Era extraño, el maestro  de Matemáticas nunca llegaba tarde. Cuando se hacía el cambio de clase él estaba ahí,  siempre puntual, esperando la llegada de los alumnos para dar inicio a  la sesión. Esta vez su lugar estaba vacío.
     El grupo se hallaba alborotado, todos gritaban: ¡Vámonos de aquí! ¡No llegó! En poco tiempo el salón se fue quedando vacío; grupos de amigos se alejaban, mientras organizaban planes para sus horas libres. Yo me quedé ahí  leyendo, pero un retortijón en mi estómago me hizo ir a la cafetería por algo de comer.
     En el  camino me encontré a mis amigos de 4°: “Happy”, Toño y Yahir. El hambre, la música y el tiempo libre serían una buena combinación para descansar.  Pudimos haber ido al cine o a las maquinitas de las plazas cercanas a la escuela, pero, en lugar de eso, comenzamos a compartir nuestra comida, caminamos juntos y de pronto nos encontramos hablando de nosotros, de la escuela y del tiempo.
     Entre las canchas de básquetbol y la pista de atletismo, nos sentamos. “Happy” comenzó a tocar  con su guitarra algunas canciones de su propio ingenio y otras de algunas bandas de música que a ellos les gustaban. Poco a poco la guitarra y la voz se fueron apagando para dar lugar a charlas del futuro, del presente y, muy nostálgicamente,  del pasado. Entre ellos había un futuro físico, un periodista, un artista y alguien lleno de incertidumbre acerca de su futuro.
     Mientras hablaban de tantos maestros de la escuela, la añoranza salió a flote; cómo se extrañaba aquel grupo de 4°, los reencuentros de secundaria, los horarios que hacían mover al grupo por toda la escuela. Comenzamos a reír recordando aquellas clases de Dibujo y cómo cada uno pretendía ser un artista, las clases de Informática intentando comprender códigos y programas, las diversas clases de Estética-Artística en las que salían a flote los toques de músico, pintor o actor, y las clases de Educación Física donde todos competíamos para ver quién era el mejor.
     El tiempo de descanso había acabado, cada uno de nosotros tenía que regresar a su respectivo salón, cuántas cosas habíamos vivido, cuántas queríamos decir, pero el tiempo transcurría y teníamos que continuar con nuestras clases, para seguir viviendo, para seguir soñando. Nos despedimos con un “hasta pronto”,  esperando encontrarnos una vez más para volver hablar del pasado y  revivir lo que va quedando atrás.
                                                                                  
                                                                                                             Marcos Rubín García

                                                                                                             Grupo 661