Me
desperté. Te vi a mi lado desparramada, un hilo de baba escurría por tu mejilla
izquierda, mientras un contorno blanco de saliva seca pintaba la comisura de tu
labio inferior. Roncabas muy fuerte, seguramente
eso me despertó. Dejaste escapar una flatulencia. Tus pies hediondos se
asomaban entre las cobijas.
La habitación apesta a tabaco y a
sudor. Fumaste anoche. Odio que fumes. Lo odio tanto como a nuestra pequeña
habitación azotada por el sol durante el día. En la noche el dormitorio es un
desagradable sauna. Siempre amanecemos empapados.
Te despiertas. Abres tus ojos azules atestados
de legañas. Me dices buenos días de frente. Tu aliento es de un centavo egipcio
enterrado durante años en el desierto. Más despeinada no podrías estar.
Alguien me dijo que no me casara contigo. Ya
no eras virgen. ¿Qué me podrías ofrecer? Le contesté que el resto de tu vida
era más que suficiente.
Los fluidos y nuestras asquerosas
intimidades son un tesoro para mí. Eso es confianza.
Te amo. Te doy un beso con mi
repulsivo aliento. Nos abrazamos. Nos dejamos llevar por las caricias. Las
cobijas terminan en el suelo. Hacemos el amor como el poema más romántico y
sucio que se pudiera escribir.
White
Boogika