jueves, 22 de agosto de 2013

UNA TARDE DE MAGIN

Tenía seis años, cuando mi hermana mayor comenzó a salir con muchachos. Te diré que, en esa época, las citas eran algo distintas a como lo son hoy. Mi hermana, como hija de familia, no tenía permitido salir sola con muchachos en su primera cita, así que en estas ocasiones solía acompañarla.
   Recuerdo que una de sus citas fue en la Feria anual del Lago encantado. La feria siempre se realizaba al otro lado del lago, pues del lado del puente solo se usaba para fines turísticos o de recreación, por lo que era muy común ver parejas de enamorados en pequeñas barcas.
   Lo bueno de ir a los, entonces, encuentros tan románticos para mi hermana como asquerosos para mí, era que los pretendientes me cumplían todos mis caprichos y el chico de esa ocasión no era la excepción. Me convenció de dejarlo a solas con mi hermana con una bolsa grande de palomitas, un algodón de azúcar y diez pesos. Tomados de la mano, se dirigieron a una barquita que él rentó a un viejo carpintero. Yo, por mi lado, me quedé disfrutando de mis golosinas en la feria. Mirando el paisaje, recordé la leyenda que mi abuelo me contó acerca del puente. Me dijo que este lugar es la entrada a un mundo mágico en donde alguna vez hubo luz y bondad. Este mundo, habitado por hadas y duendes, fue invadido por fuerzas oscuras, las cuales, lo destruyeron todo y encerraron en aquellas bancas de piedra, el pasado de estos habitantes en  un sueño eterno.

   Pensar en tal mundo me puso triste. De pronto, miré aquel puente, corrí para poder rodear el lago y me detuve. Mi abuelo solía decir que los entes guardianes de las fuerzas oscuras, cuidan celosamente las bancas solitarias para que nadie libere al pueblo mágico de su cárcel eterna. Me acerqué un poco, después un poco más, cuidadosamente toqué una de ellas, luego la otra. Busqué alguna inscripción en las bancas, no la encontré, busqué un símbolo…sí, ahí estaba, un triángulo dentro de un círculo. Lo toqué. Después una luz blanca me cegó y ya no supe nada. Desperté en mi casa, en mi cama. Mi hermana me jura aún hoy, que jamás tuvo una cita en ese lugar, peor aún, dice que el lago encantado no existe ni existió en nuestro pueblo.                         
                                                                         Guerrero Flores Amanda Aranza