Se
esconden en la Calle Fresas #13, en la Ciudad de México. No confíen en su
disfraz. Acaben con ellos, antes de que nos dominen.
***
Durante años escribí artículos, todos sobre incidentes de
la década del 1990 al 2000. Era fotógrafo de La Revista. Mi nombre, Octavio Castañeda Pacheco.
Mi carrera comenzó de lleno a finales del 1989, cuando
logré entrar a tan prestigiosa publicación. Fotografía, artículo, fotografía, artículo.
Mi trabajo era bueno y mi jefe lo notó. Así que me llamó a una junta
“importante”.
Dicha reunión tenía todo tipo de personalidades, realeza,
celebridades, eruditos, religiosos, la gente más influyente del mundo estaba
reunida en un mismo lugar, por supuesto,
yo reconocía muchas caras, pero también analizaba algunas otras.
No entendía la importancia de mi presencia en aquel
lugar.
Regino, mi jefe, inició la sesión parloteando temas que
desconocía por completo. Mi análisis se vio interrumpido cuando mencionó mi
nombre ante aquel gabinete. “Bienvenido al Código
Realidad, Octavio”. Claramente no sabía a qué se refería.
Mi trabajo cambió al día siguiente, viajaba con el
gabinete a todos lados, Palestina,
Italia, Corea, Irak, países desconocidos y difíciles de pronunciar, a
veces pasábamos días en un país y otros, solo algunas horas.
Era el encargado de tomar las fotografías de los
encuentros hechos en cada país.
Aún
no entendía la verdadera importancia de mi presencia, es decir, había mejores
fotógrafos, ¿Por qué yo?
Eso sí, nunca cuestioné la paga.
Cuando entendí el Código
Realidad, entendí la importancia que tenía cada uno de los miembros. Comprendí
mi nuevo “trabajo”.
Código Realidad,
era la organización “encargada” del mundo: cada hecho, cada momento, cada
recuerdo, era creado por ella, nada ni nadie podía huir de su poder.
Lo sé, suena como un nuevo dios.
Para todos ellos esto era más que una organización, más
que un puñado de personas monitoreando gente, esto era su religión.
Todos y cada uno cegado por la ambición de, por fin,
poseer el mundo, no lograban ver lo que realmente hacían. Dentro de su
siniestro juego de ajedrez ellos movían las “piezas” a su antojo y placer, sin
importar a cuánta gente mataban a su paso.
Y yo, era parte de eso.
Por órdenes de Regino fui a la bodega por un expediente, pero
terminé en un pasillo con archiveros, y en cada uno había una fecha. Fechas tanto
pasadas como futuras. Tenían una larga agenda. Entre las fechas se podían
distinguir muchas marcadas con rojo.
Revisé
uno de los muchos archivos:
“Última actualización 21 de Diciembre de
1950.
11 de Septiembre del 2001,
EE. UU.
Episodio que precederá a la
guerra de Afganistán y a la adopción por el Gobierno estadounidense y sus
aliados de la política denominada “Guerra contra el terrorismo”.
Los atentados serán
cometidos por diecinueve miembros de la red yihadista Al-Qaeda, divididos en
cuatro grupos de secuestradores, cada uno de ellos con un terrorista que se
encargará de pilotear el avión una vez reducida la tripulación de la cabina.
Los aviones de los vuelos 11, de American Airlines y 175, de United Airlines
serán los primeros en ser secuestrados y, posteriormente, estrellados contra
las dos torres gemelas del World Trade Center; el primero contra la torre Norte
y el segundo contra la torre Sur, provocando que ambos rascacielos se derrumben
en las dos horas siguientes.
El tercer avión secuestrado
pertenecerá al vuelo 77, de American Airlines y será empleado para ser
impactado contra una de las fachadas del Pentágono, en Virginia. El cuarto
avión, pertenecerá al vuelo 93, de United Airlines, y tendrá como eventual
objetivo el Capitolio de los Estados Unidos, ubicado en la ciudad de Washington
D.C.
Fecha de expedición: 5 de
Mayo de 1806”.
¡Tenían preparada tal masacre desde antes de mi
nacimiento! ¿Cómo es posible? ¿Cómo lo hacen? Solo una pregunta reinaba en mi
mente, ¿Las demás fechas serán peor? Por supuesto, nunca lo supe, ni lo sabré.
Las fechas marcadas se reproducían en masa a medida que
continuaba caminando, el pasillo era enorme y había que subir una escalera para
alcanzar los archiveros que llegaban hasta el techo.
Después de un tiempo buscando el archivo correcto, lo
encontré. El expediente estaba sellado y sobre él estaba escrito: “Fase 2”, su contenido no me fue
revelado hasta que Regino lo abrió en otra junta. Dicho expediente solo
contenía nombres. Nombres de personas que en mi antiguo trabajo conocí, la
lista era larga.
Por años fingí interés para burlar su radar de “soplón”,
mi involuntaria participación, hacía que se desviaran las miradas.
Mi plan era simple, todo saldría a la luz.
“Castañeda Pacheco Octavio”. Escuché con claridad.
Después de decir mi nombre, me golpearon, desperté junto
a los otros, todos amarrados a una camilla. Estábamos en un hospital.
Uno de los doctores procedió a clavarnos agujas en la
sien, causando que los “pacientes” cayéramos noqueados, fue entonces cuando el
segundo doctor sacó un metal al rojo vivo con el número “11”, tal número nos
fue marcado en la espalda, a la altura del pulmón; lo que nos inyectaban no era
suficiente como para evitar el dolor de aquel metal caliente.
¡Lo entendí! ¿Por eso me querían? ¿Porque sería el
portavoz de una rebelión? ¿Porque era yo, contra “dios”? ¡Claro!, así
demostrarían su tan apreciado e “infinito” poder.
Fue un milagro que no me mataran.
Solo espero que mi escrito sea visto, que mi verdad se
difunda una última vez.
***
Hoy, 11 de Septiembre del 2001, desperté siendo un
pasajero del vuelo 11 de American Airlines.
Isaac A. Gómez