sábado, 21 de marzo de 2015

Reflejo

Emilia camina tranquila mirando hacia el horizonte y a las personas que se cruzan con ella. No hay mucho en qué poner atención, sólo los ojos, en su mayoría cafés oscuros. Además del color, está lo que ellos te dicen, piensa. Tantos eran los ojos tristes que opta por mirar el piso, trata de no pisar las líneas de cada cuadro.
A lo lejos, distingue a una joven con cabello corto, casi a rapa. No sabe bien cuál sea la razón de la familiaridad que le infunde esa joven. En su vida ha visto decenas de vagabundos o, como dice su mamá, de “marihuanos”, pero el sentir algo especial por esa mujer, en verdad es incómodo.
Las manos de la joven están negras como noche, también su rostro; sólo eso deja ver, el resto de su cuerpo  lo cubre  sus ropas harapientas.
Emilia se percata de que la mujer lleva unos zapatos rotos y viejos. Le recuerdan, por su parecido, a los que le dio su padre antes de salir huyendo de casa. De aquel cuello pende un collar similar al que el abuelo Juan le regaló…
Seguro tiene el lunar en el seno derecho como  ella.

                                                                                           Olga Martínez Flores