martes, 30 de julio de 2013

El nuevo horizonte

Había olvidado cómo se siente cuando alguien cree en ti, cuando  alguien vuelve la mirada hacia tu deambular, perezoso y tímido; cuando sonríe al pensar en el futuro de tu talento que se pierde entre un mar de alumnos ávidos y audaces.
     Como todos los días, llegaba tarde. Faltaban 10 minutos para el término de la clase. Mis arrogantes pasos, despreocupados, aunque constantes y torpes, demostraban, más que mi angustia, mi indiferencia y pasividad para el mundo.
 Entré titubeando, buscando señales de desaprobación e infortunio, pero, ¡oh!, mi sorpresa: Pocos compañeros, la profesora de Literatura terminaba de dar calificaciones. Decidí esperar, tenía un presentimiento de que algo fabuloso aguardaba por mí. Llegó mi turno, temeroso, poco interesado, preparé mi conciencia para lo inesperado, como frecuentemente suelo hacer.
 “¡Usted me hizo un ensayo hermoso!” 
     La sonrisa impecable, espontánea, a veces irracional, de gesto estúpido, se apoderó de mi rostro. Mis labios, y un chispeante brillo en mis ojos, denotaron la alegría efímera, pero incontrolable que comencé a disfrutar.
     Sus ojos brillantes, tan amorosos y fraternales, ansiosos por mis palabras, ya habían comenzado a buscar la autenticidad en el fondo de mi alma. Mi respuesta fue lenta e insegura: “¿En serio le gustó?” Su sinceridad se entregaba a mí. Sus palabras, la amenidad que reflejaba su rostro, la felicidad de verme ahí, atendiéndola, y yo deseando escuchar más, culminaron en la derrota de la incredulidad. Aún antes de confirmar su gusto por mi trabajo, yo le creía. Era suficiente la bondad de ella. Nuevamente alguien creía en mí, en mi trabajo, en la pasión por mis creaciones. Mi autoestima y confianza agradecieron su parecer. Era mi profesora, un estímulo; se había convertido en una amiga que refleja incansables fuerzas, un espíritu libre y sereno, siempre empeñada en lograr destacar nuestras virtudes.
Hizo un comentario de compañerismo. Era la invitación de la amistad. En seguida me dio calificaciones, terminó la conversación  y yo, aún con los vestigios de la timidez, tiernamente abochornado, me despedí expresando gratitud.  La tarde observó mi sonrisa, finalmente se había sincerado, yo pensaba en la esperanza recobrada; aún sigue en mí, ella aún cree en mí, y cada día la estimo, cada día la admiro.
Omar Ortiz
Grupo 660