Yo no puedo llorar un día cualquiera. Mis amigos se reúnen en otoño, brindan por sus lágrimas sin procurarles destino fortuito.
Yo
no puedo arrancarme los cabellos como una cualquiera. Tampoco soy capaz de
mantener mi llanto en secreto.
La
palmera es mujer firme. Toma su lugar frente a mí, reprime su dolor: se mudaron
las risas fanáticas de sus pies. Yo no soy como ella.
El
roble, más lejano, vive pensativo. Se ha inventado forma nueva de llorar a
través de un rostro de bronce, emblemático y ajeno.
Yo
no.
Yo
me desnudo con sosiego durante febrero, engalano un vestido lila para recibir
la primavera.
Así,
mientras mis compañeros ríen, yo dejo con elegancia que mis lágrimas púrpuras
se encharquen sobre el jardín.
La
juventud me mira conmovida, no por mi llanto florecedor, sino por la nostalgia
de su propia metamorfosis, que transcurre con igual
hermosura que mi cambio de vestido.
Chrisü J.
Grupo 661