I
Quizá
se deba al calor de tierra caliente, que en flor es sofocante. No lo sé. Lo
cierto es que algo extraordinario sucede en el pueblo de S… bien entrado el mes
de mayo.
Maquinalmente (y aun me atrevería a decir
que inconsciente de su estado) un garzón se levanta a mitad de la noche con el
deseo de una fiera violentada. Sin
acabar ahí la magia, de la nada, mozos y mozuelas se van despertando con
profundos aires de lascivia conforme
avanza el mes. Por eso es tan común ver que a los jóvenes se les ate al lecho,
se les encadene, se les encierre…, y
sean los métodos más rigurosos en el caso de las doncellas para evitar una
deshonra.
El
fenómeno dura de seis a nueve días sin que nadie acierte a dar una explicación
sensata de su causa. Por su parte, los habitantes de S… hablan sobre unos
amantes que dieron a luz la maldición una noche de mayo dos siglos atrás.
Los
sucesos acaecidos esa noche son los que he intentado describir con las
siguientes letras.
II
Iba solo. A pie atravesaba la
comarca imitando el sigilo accidental del caracol que surca la hojarasca.
La luna, escondida tras la
espuma negra de las olas celestes, era cómplice ocultándolo de quienes pudieran
apoyarse en su luz para espiar.
Faltaba poco.
Ella lo esperaba a la sombra irreal del espino,
en medio del llano que Dios les regalara virgen para la ocasión. Aquella noche
iba a costarle la vida, mas sería una mentira decir que de ello no estaba
cierta.
La vida la esperaba al amanecer. Una vida
planeada desde antes de su nacimiento, al lado de un hombre al que apenas
conocía. Al amanecer iba a casarse; después, serían como gotas de agua
extraídas del mismo mar y abandonadas en charcos distintos. Jamás volverían a
mirarse.
La primera vez que lo vio deseaba gritar,
tan violento golpe le asestó el amor. Pero ¿cómo? De inmediato las lenguas
propagarían la nueva, y, antes de que pudiese dirigirle una palabra, se la
llevarían lejos, muy lejos, donde las saetas del amor no pudieran alcanzar sus
votos.
Mientras cavilaba lo vio alejarse. Una vida
distinta, quizá más corta pero infinitamente más dichosa.
Tal vida se le iba y no podía hacer nada
para detenerla. Los oídos eran muchos y el más leve susurro no hubiera escapado
a su agudeza. Una lágrima fina surgió desde su alma; bajando por su pómulo, se
desvaneció antes de llegar a la barbilla y se miraron. La solución estaba ahí.
¿Hablar? ¿Para qué? ¿Qué
podían decirse con la lengua, que no pudiera expresarse mejor con los ojos? En
ellos se podía leer libros enteros cuando se miraban: poesía, secretos,
relatos… y seducciones.
Para el hablar hace falta
espacio y tiempo, en el mirar el universo cabe en un instante.
Aquella mirada unió dos almas que,
obligadas a reprimir sus gritos, desarrollaron un lenguaje diferente, el
lenguaje de la pupila y el iris. Al fin se habían encontrado y no dejarían de
encontrarse para contarse sus vidas en miradas de medio segundo.
Al amarse, de sus bocas jamás
brotó una palabra. Ni aun la noche de su muerte.
III
Llegado al molle, se acercó con lentitud, se
arrodilló para hablarle con los ojos, como acostumbraban hacerlo, dándose
cuenta de que los mantenía cerrados. Apretaba los labios con fuerza y el color
de sus mejillas era el de las drupas que, en otoño, saturan el árbol.
Entendió a la perfección:
también estaba nervioso y la sonrisa le temblaba. Le tomó las manos con
inefable delicadeza y ella abrió los ojos un segundo. Cuando los volvió a
cerrar, sus labios ya reposaban en los de él. Se besaron por vez primera.
¡Esa maravillosa mezcla de pasión y recato
que llena el espíritu de los amantes primerizos!
En el pueblo pronto iban a
despertarse.
IV
La calma de aquel llano, hasta
entonces impoluta, se quebrantaba. A los árboles que los cercaban, cada vez les
era más difícil contener los jadeos de los enamorados. Si los ropajes cayeron
con la delicadeza de una hoja, las caricias que siguieron arrancaban uno tras
otro los gemidos in crescendo.
El frenesí terminó por extinguir el sosiego
y los gritos finalmente escaparon del lugar. Salieron removiendo las lágrimas
de los sauces con indiferencia, tomando el camino hacia el pueblo con la fuerza
de un huracán. Tanto tiempo los habían contenido que ahora nada podía
detenerlos y, en menos de lo que dura un parpadeo, ahogaban a sus gentes.
V
Se filtraron por todas las
rendijas, por todas las grietas. Se hicieron del pueblo. Lo desfloraron como un
descarado goliardo a una indefensa virgen. Desde sus cabellos hasta sus pies.
Se apoderaron de los senos inmaculados, de los muslos, y aún penetraron hasta
el fondo de la iglesia.
Inundaron
los oídos en busca de donceles y doncellas, de todas las
almas que hubiera ocultado sus pasiones alguna vez.
A partir de entonces
se asentaron en la eternidad.
VI
Aún danzaban por el pueblo
como las mantarrayas en su noche de agua y sal.
Un viejo ensillaba su caballo
para ir en busca de su prometida. Sí, aquellos gritos le pertenecían y de él
nadie se burlaba. Todavía se amaban con pasión los enamorados cuando llegó al
pie del molle. Amándose como se amaban y como entonces se estaban amando, nada,
sino la muerte, podía frenarlos
El amante cayó primero; la miraba con
locura cuando la bala perforó su cráneo. El cadáver fue retirado de su amada
por el asesino. Lo que pasó después… Consumado el delito el autor dio la vuelta
y se retiró sin voltear a ver su infamia.
La amante enconada se balanceaba de un hilo
de esparto colgada al espino. A sus pies, su amado yacía muerto sobre las drupas
secas.
Luis
Fernando Martínez Alva